THE OBJECTIVE
Pilar Garcia de la Granja

Desgracias naturales

Gastamos millones de dólares en aparatos para medir la intensidad de una gran tormenta, la dimensión, y el lugar afectado, pero no hay dinero para ayudar a estos países a preparase para la tragedia

Opinión
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Desgracias naturales

Gastamos millones de dólares en aparatos para medir la intensidad de una gran tormenta, la dimensión, y el lugar afectado, pero no hay dinero para ayudar a estos países a preparase para la tragedia

No ha sido un “tifón perdido”, ni ha sido un “tifón sorpresa”.  El tifón Haiyan que ha arrasado el centro de Filipinas se esperaba, se conocía, se sabía que era el más fuerte – fuerza 5– y aún así hay al menos 10.000 muertos y decenas de miles de deslazados, niños errantes buscando a sus familias, hambre, enfermedades y devastación. Tras el “desastre natural”, los países desarrollados se han puesto en marcha. Envía la Comisión Europea 3 millones de euros “para ayudar”. Tres millones de euros que es lo que se gastan en montar una de sus reuniones semestrales. Tres millones de euros para ayudar –se supone– a un país en cuya zona central no queda una chabola en pie. La embajada de Estados Unidos en Manila dona 100.000 dólares, que es aún más broma.

Una vez más un país del tercer mundo es devastado y no había un plan para impedir la magnitud de la tragedia, y tampoco un plan para ayudar a paliar los efectos. Vivimos en un mundo desigual en el que gastamos millones de dólares en aparatos para medir la intensidad de una gran tormenta, la dimensión, y el lugar afectado, pero no hay dinero para ayudar a estos países a preparase para la tragedia. 

Aún hay millones de desplazados tras el tsunami del sureste asiático, a los que sumamos ahora los millones de perdidos, vagando por comida entre ruinas de Filipinas. 

UNICEF alerta sobre las enormes probabilidades de tráfico de menores tras la tragedia, de miles de niños huérfanos, perdidos, deambulando entre la miseria y con hambre. La imagen es tenebrosa, la respuesta de Occidente es vergonzosa, la lección de catástrofes previas no se ha aprendido.  

Una “desgracia natural” avisada y esperada no es una “desgracia natural” es una “desgracia mundial”, de un mundo desgraciado –el tercer mundo– y otro mundo –el primer mundo– que observa, da limosna, y mira hacia otro lado.

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