THE OBJECTIVE
Fernando Garcia Iglesias

Dimitir por honor

Hubo un tiempo en España en que el honor importaba. Se escribieron admirables cantares de gesta alabándolo y, durante el Siglo de Oro, Calderón o Lope de Vega hicieron del honor uno de los temas principales de su teatro.

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Dimitir por honor

Hubo un tiempo en España en que el honor importaba. Se escribieron admirables cantares de gesta alabándolo y, durante el Siglo de Oro, Calderón o Lope de Vega hicieron del honor uno de los temas principales de su teatro.

Hubo un tiempo en España en que el honor importaba. Se escribieron admirables cantares de gesta alabándolo y, durante el Siglo de Oro, Calderón o Lope de Vega hicieron del honor uno de los temas principales de su teatro. También Cervantes ensalzó en sus escritos el valor del honor y lo dejó bien claro en ‘Los trabajos de Persiles y Segismunda’: «De los bienes que reparten los cielos entre los mortales, los que más se han de estimar son los de la honra, a quien se posponen los de la vida». En los tiempos que corren la honra cotiza mal, y es mucho más práctico tener un Jaguar en el garaje o cuentas millonarias en Suiza que un mínimo de dignidad.

En Japón, en cambio, el honor y la responsabilidad personal son valores que se cuidan con esmero, también en el ámbito del gobierno. Esta semana han dimitido dos ministras en el país nipón. La presidenciable Yoku Obuchi lo deja tras salir a la luz que su grupo de apoyo habría utilizado unos 70 mil euros de dinero público en los últimos años para entretener a los votantes de su distrito electoral con viajes a Tokio y visitas al teatro. Midori Matsushima también ha debido dimitir por repartir en sus mítines abanicos de papel con su cara y sus eslóganes, cuando a lo más que uno puede llegar con dinero público en campaña es a pegatinas y chapas.

La malversación de fondos esta muy mal sea en Japón, sea en España, pero hasta en el crimen hay clases, y los delitos del gobierno nipón palidecen en comparación con el asalto de miles de millones de euros de los Pujol, el hurto a manos llenas de la Casa Real, la estafa incesante de los ERE de Andalucía o el choriceo sin miramientos ni escrúpulos de Bárcenas y sus secuaces. Uno ya ha perdido toda esperanza de que el honor vuelva a brillar en la vida pública española. Aquí hemos bajado tanto el listón tras tanto desfalco y tanta incapacidad que ya no buscamos que nuestros gobernantes sean honrados, ya ni que sean decentes, nos conformamos con que actúen de acuerdo al código tan patrio de la vergüenza y el ‘qué dirán’ de los vecinos de la escalera. Y ni así.

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