THE OBJECTIVE
Hermann Tertsch

Drogas de navegación

Hay drogas que hacen ver a dios o lo que parece ser él, drogas de emociones y visiones que el alma recuerda para siempre, que abren puertas de paraísos de plenitud que se antoja eterna. Pero también de infiernos y abismos en oscuridades tan rotundas y absolutas que muchos no vuelven de ellos.

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Hay drogas que hacen ver a dios o lo que parece ser él, drogas de emociones y visiones que el alma recuerda para siempre, que abren puertas de paraísos de plenitud que se antoja eterna. Pero también de infiernos y abismos en oscuridades tan rotundas y absolutas que muchos no vuelven de ellos.

Hay drogas que se persiguen y que llevan a las personas a la cárcel, a la desesperación, a la locura, la adicción, a la total dependencia y destrucción, a la quiebra física y moral, a la muerte.  Y que arrastran a sociedades enteras, a Estados, también a la dependencia, a la corrupción, al crimen, la violencia y a veces, la guerra. Hay drogas que hacen ver a dios o lo que parece ser él, drogas de emociones y visiones que el alma recuerda para siempre, que abren puertas de paraísos de plenitud que se antoja eterna. Pero también de infiernos y abismos en oscuridades tan rotundas y absolutas que muchos no vuelven de ellos. Hay drogas que “ponen” risueño, contento, ágil, pletórico de fuerzas, hipersensible, emocional o analítico. Siempre hubo drogas, porque desde sus orígenes los humanos nunca se han dado por satisfechos con lo que pueden y sienten, con lo que pueden sentir. Y siempre han buscado algo que sumara a ese sentir, algo que fortaleciera capacidades o creara efímeramente otras, que ampliara mundos pequeños y cortas percepciones. Todas las drogas, incluidas las más letales, han sido drogas para aprender. En ese sentido, nada nuevo son las nuevas “drogas inteligentes” que generan en el consumidor mayor capacidad de concentración y sobre todo de la memoria, esta inmensa obsesión para el hombre moderno. Para este mundo moderno post-heroico la droga que se demanda no es la del explorador intrépido, la del descubridor de los horizontes y pliegos del interior y exterior, de las nuevas cotas de conocimiento y experiencia sensorial. Sino los fármacos eficaces para aumentar el rendimiento.

Parecemos estar ante algo tan prosaico y poco misterioso, algo tan vulgar por revolucionario que sean sus éxitos, como son las drogas inteligentes para hacernos trabajadores más rentables. Para concentrarnos mucho más que con las tradicionales anfetaminas y sin los desastrosos efectos nada secundarios de las adicciones. Pero en los fármacos de la memoria con que se juega e investiga hoy día podría haber una trampa prometeica, un riesgo inmenso y fascinante que yo quiero intuir en esta información. Si se lograra reactivar la memoria de los seres humanos, podríamos estar ante una droga maravillosa y terrible a un tiempo para el descubrimiento de las claves más profundas de uno mismo. Con tanto riesgo para el equilibrio y la cordura como cualquier peyote, el mejor hongo o ácido lisérgico o terrible combinación molecular sintética que se quiera. Hay que preguntarse cuánto control habría en el acceso a los registros ocultos de nuestra memoria. Pocas drogas habría con más atractivo para el abuso y mayor riesgo de daños permanentes para la estabilidad necesaria para una existencia racional, razonable e integrada. De la droga para mayor eficacia, rendimiento y orden puede surgir algo muy distinto. De la droga de trabajo a una nueva droga de emoción, navegación y conquista en el pasado individual y común. Cuando el alzheimer es la enfermedad que en las sociedades desarrolladas borra al ser humano sus registros de memoria hasta incapacitarlo para la vida, la idea de mecanismos de control de recuperación de todo lo habido, pensado, sabido y sentido, nos podría llevar de excursión hasta los orígenes de la especie. Y más allá. Un peligro.

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