THE OBJECTIVE
Lea Vélez

El arte de la conversación

«Es en la conversación donde sucede el humor, donde queremos enamorar siendo ingeniosos y animamos a otros a serlo»

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El arte de la conversación

Ya es hora de dejar de ir a las fiestas a sufrir. Es hora de que nos levantemos, hermanos, y digamos basta a todo aquel que no entienda el arte de la conversación o utilice unas mínimas norma de respeto y delicadeza hacia los demás. El lenguaje es nuestro modo de expresarnos, pero la conversación es nuestro modo de ser felices en el lenguaje de la forma más habitual. A veces, la frustración de querer ir más allá en la conversación o la timidez, o la soledad del enfermo -vease Kafka- lleva a desarrollar esa conversación con el otro en la escritura, pero la base de todo es esa magia, deseo, instinto de conversar oralmente, que puede ser maravilloso o una catástrofe navideña.

Porque hablar con los demás es un arte que se aprende por observación desde la infancia, escuchando a las señoras en el parque, a los mayores en las cenas, a los amigos en la universidad, pero también uno puede dominarlo y mejorarlo de forma consciente, tratando de aportar, de ser interesante, de no caer en naderías, y sobre todo, de entender a los demás.

El arte de la conversación, como todas las artes, no tiene reglas precisas, pero tiene premisas. Si se dominan, son inconscientes. Tampoco son muy diferentes de una cosa bien simple: las normas de educación. Conversar es un lenguaje. La amabilidad y la generosidad deberían primar siempre, debemos dejar al otro expresarse, llevar un contador interior de turno de palabra para no acaparar la conversación. Es importante incorporar a todos los presentes con la mirada, con la sonrisa de escucha. No de una manera falsa, sino placentera, porque lo bueno de la conversación es que toda la generosidad que demos nos será devuelta. El tímido de la velada puede ser un delicioso conversador, o como mínimo, tener cosas interesantes que decir, pero el tímido no va a ponerse a hablar a borbotones, hay que incitarle sin obligarle, comprendiendo su naturaleza. A un tímido no le digas: “estás muy callado, di algo”, porque lo machacas. No le preguntes delante de diez personas a las que conoce poco: “¿Qué música te gusta?” Porque el tímido suele ser más inteligente de lo que aparenta, y a no ser que sea un obseso de un músico muy concreto, responderá amablemente que “muchas cosas”, pero no se abrirá su corazón al charlar por charlar, a las enumeraciones vanas. El tímido hablará cuando abra su corazón y es en los corazones abiertos donde reside el verdadero arte de lo que sea.

No conviene confundir hablar con conversar. La conversación no es hablar del clima, de las vistas desde el ultimo hotel en el que estuvimos o de la receta de la lasaña. Hablar está bien, intercambiar recetas puede tener su punto, pero no es penetrar en el alma del otro e intercambiar emociones, que es lo que sucede cuando verdaderamente conectamos con alguien y el aire festivo de una reunión de amigos se llena de emociones familiares. Hablar por hablar es entretenido un rato, pero es inútil, cansado y a la larga, muy frustrante. Uno tiene la sensación de haber estado toda la noche remando para no llegar a ningún sitio, cuando conversar es izar las velas y surcar un mar de felicidad sin que las palabras resuenen en nuestros oídos, porque se escuchan con otra cosa más directa, quizá otra parte del cerebro. Es cuando abandonamos los remos del parloteo y nos dejamos llevar, cuando conversamos y penetramos desde ese habla fácil que ocupa la superficie de las cosas (el clima, las novedades laborales, los proyectos) hacia la conversación sobre eso otro que nadie sabe lo que es y que nos preocupa internamente, pero que no resulta triste ni amargo, sino fascinante. Conversar es una forma de literatura y no sucede por casualidad, sucede porque deseamos esa comunicación, ese beber en el otro y que beban de nuestros pensamientos. Es en la conversación donde sucede el humor, donde queremos enamorar siendo ingeniosos y animamos a otros a serlo. Qué gusto da conseguir una carcajada, qué gusto da que otros nos hagan reír.

Pero la conversación no surge sin un cierto empeño. Para que suceda, como la vida que apareció hace millones de años con la primera célula, debe darse un caldo de cultivo necesario que es tan frágil como la copa de vino que sostenemos en la mano.

Cuando narres una historia, no des detalles prolijos, no empieces a añadir detalles innumerables que no son relevantes para la narración. Quien te escucha, está ofreciéndote su tiempo, mientras se pregunta si no se habrá sentado en el peor sitio de la mesa de comedor, pero quien te habla, está ofreciéndote su corazón, no respondas a sus afirmaciones con un no, que es lo más parecido que hay a echar tierra a los ojos. Procura no empezar tu respuesta, tu pequeño turno, con la palabra no. Nunca decir no. ¡No al no!

Busca lo que te une a esa persona, no lo que te separa y si te ves atacado, usa el humor. Una huida con clase a tiempo, es mejor que devolver la estocada.

Si reconoces entre los presentes a alguien más interesante que tú, no te pongas celoso de su don de gentes, aprovecha, que esto de encontrarse con gente inteligente o interesante, sucede en pocas ocasiones. Deja hablar, acércate con la mirada, que se sienta protegido, y no solo ante el abismo de un auditorio hostil. Sé amoroso y no cuentes terribles problemas. Prohibida la queja en la conversación. Prohibida la censura. Prohibida la frustración. Ofrécete al que habla y busca lugares de acuerdo, tanto en política, como en fútbol como en religión, aunque quizá lo mejor sea evitar ciertos temas en los que nadie es experto por lo que pueda pasar.

La conversación es un baile y nadie baila con quien no quiere o a base de pisotones. Como es un baile, a veces hay que llevar, a veces dejarse llevar.

Os deseo el punto dulce donde se producen momentos irrepetibles, carcajadas inigualables, amor de amistad. Mucho amor pero eso sí, amordazad a los cuñados contadores de chistes como al bardo de Astérix y felices, muy felices conversaciones.

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