THE OBJECTIVE
Daniel Capó

El biombo

En una conferencia de 2006 pronunciada en la Fundación March, el escritor José Carlos Llop habló de Lord Byron, de la memoria y la poesía. «Byron tenía un biombo –explicaba el autor palmesano– en el que iba pegando con goma arábiga fragmentos de crónicas de la época, siluetas de boxeadores y recortes de bustos y figuras literarias, filosóficas o aristocráticas de entre los siglos XVII y XIX. Luego se tumbaba a descansar junto a él. Desde que descubrí la existencia del biombo de Byron, pensé que ese biombo era una suerte de poética contemporánea, porque la vida de un hombre contemporáneo es una vida hecha a base de fragmentos y el tiempo el diván donde a veces nos tumbamos para contemplarla».

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El biombo

En una conferencia de 2006 pronunciada en la Fundación March, el escritor José Carlos Llop habló de Lord Byron, de la memoria y la poesía. «Byron tenía un biombo –explicaba el autor palmesano– en el que iba pegando con goma arábiga fragmentos de crónicas de la época, siluetas de boxeadores y recortes de bustos y figuras literarias, filosóficas o aristocráticas de entre los siglos XVII y XIX. Luego se tumbaba a descansar junto a él. Desde que descubrí la existencia del biombo de Byron, pensé que ese biombo era una suerte de poética contemporánea, porque la vida de un hombre contemporáneo es una vida hecha a base de fragmentos y el tiempo el diván donde a veces nos tumbamos para contemplarla». El collage, en definitiva, como característica de un mundo sin raíces. O de unas raíces que no han llegado a crecer.

Al releer la conferencia, años más tarde, pensé en la memoria fragmentaria -que es la que utilizaba Byron en su biombo-, como el eco de un tiempo perdido del cual únicamente recreamos sus ruinas. Del pasado nos llegan escenas –no sólo recuerdos personales– que coloreamos con el cristal de los deseos. El uso de la Historia para la construcción nacional o identitaria sería un ejemplo: el esqueleto de la arqueología y la mitificación simbólica de algo acontecido hace siglos nos proporciona unas pocas fotografías que agrupamos en forma de escenografía en un biombo. Luego nos tumbamos a descansar junto a él. Y allí vemos lo que deseamos ver –hasta que el espejo de Blancanieves, que no es otro que el reflejo de la realidad, desvanece el hechizo.

Los coleccionistas de recuerdos amamos la impronta del pasado en los objetos: un fósil que descubrimos en una playa, el grabado de un puerto del XVIII, la mesa de un bisabuelo, una acuarela japonesa, el retrato de un gentilhombre, la partitura de una sinfonía… El biombo de Byron sería el refugio del hombre civilizado que ama la cultura, pero también lo puede ser del populismo y la demagogia, cuando –perdido ya todo refinamiento- se utiliza con fines partidistas para embrutecer al pueblo. La barbarie asoma allí donde la memoria deja de ser un destilado de las formas clásicas. Y sin una tradición, los rituales de la santidad se repiten inútilmente en una tierra yerma que desconoce los efectos balsámicos de la prudencia, el consenso y la moderación.

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