El bucle

Hágame caso: no se deje boicotear por el hábito; lo repetido sucede de nuevas aunque creamos haberlo visto antes.

Hágame caso: no se deje boicotear por el hábito; lo repetido sucede de nuevas aunque creamos haberlo visto antes. Y lastima lo mismo que la primera vez. Concurren muchas perversiones en la costumbre y una es el riesgo de acomodarnos a ella. De ese modo, solemos diagnosticar un hecho anómalo pero, nos duela o no, lo toleramos… el agravio del otro, la persiana rota desde hace tantos meses, el malentendido en la oficina, una frase incómoda o ese te quiero gastado que ha dejado de significar algo hace mucho.

Los acontecimientos cotidianos se deprecian en el camino de insistir e insistir hasta que resbalan por la retina sin llegar a calar; de lo contrario no entiendo cómo nos callamos ante este drama, magma de incomprensión, que reincide igual que gota sobre gota en un diluvio eterno. Le sugiero que estudie la foto de los inmigrantes hacinados en la costa de Lampedusa porque, frente a otras imágenes de la jornada,  esta no le va descubrir nada, formando parte de su dosis diaria de noticias. Observe que ellos, parias del extrarradio del mundo, vuelven a ubicarse en fila –como ya los había visto alguna vez- y que los controladores del buen orden se cubren con mascarillas, no vayan a contagiarse de algún virus. ¿Del Ébola? No, de una desesperación que puede convertirse en rutina. Sin embargo, lo que ahí acontece lo sufren ellos con actitud virgen, lo que nos obligaría a reventar este día de la marmota en que giramos en Europa, atrincherados en un impostor círculo de confort, para tenderles la mano y empezar a caminar juntos. La inmigración no es su problema, es nuestra solución. Su necesidad de supervivencia debe de ser nuestra preocupación.

¿En qué inercia vivimos? En una muy ciega y muy sucia.