A la señora Paula le diagnosticaron la enfermedad hace ya muchos años. Recuerdo la noticia perfectamente, a pesar de que yo acababa de llegar a Madrid, sin equipaje apenas, a esa edad en que no conoces el porqué ni el cómo de casi nada. Pero como ya digo recuerdo la voz temblorosa de mi madre, ese tono trágico de quien explica algo que no comprende, que ni siquiera sabe pronunciar, pero que a pesar de todo le provoca un miedo atroz. La señora Paula, como buena vecina de meseta, tenía mucho más de confesora, de canguro o de vigilante que de simple vecina. Eso, en el plano objetivo. En el subjetivo, era una de esas figuras que no desaparecen de la niñez, y que por muchos lustros que pasen seguirán viviendo allí, inevitablemente. La voz que gritaba alto cuando todos los niños de la provincia de Segovia querían ser Perico Delgado, o que te recordaba que no había nada al otro de la carretera cuando el asfalto de la nacional a La Coruña te atraía.