El consenso del 78 y la crisis catalana
En elSubjetivo Jorge San Miguel analiza el régimen del 78, las fracturas que han aprovechado ciertos grupos como los promotores del procés y las consecuencias tal vez inesperadas de sus acciones.
En elSubjetivo Jorge San Miguel analiza el régimen del 78, las fracturas que han aprovechado ciertos grupos como los promotores del procés y las consecuencias tal vez inesperadas de sus acciones.
Este artículo está escrito con un estado de ánimo tan exaltado que no estoy seguro de que deban leerlo quienes me consideran una persona ecuánime, pero es que la alcaldesa de Barcelona me ha puesto de los nervios al considerar que es más digno de rememoración un payaso que un soldado. No es una anécdota que esta mujer insípida se permita dar una calle a un actor que si fuera de derechas sería machista, mientras desprecia al Almirante Cervera. Es la confirmación de que se ha instalado en la ortodoxia un síndrome político que podemos caracterizar por los siguientes síntomas:
Las rosas rojas, como endivias hechas de amapolas, están peleando contra las rosas amarillas, falsos tulipanes, sobre la alfombra de un dragón muerto, falso perro heráldico de la casa. Las rosas rojas dicen que son por la sangre del dragón. Hasta los monstruos, hasta la muerte, tienen hijos bellos, o al menos dejan un candelabro de sangre para el salón familiar. Un soldado romano mata un dragón en Capadocia, o eso nos cuentan, y resulta que aquí heredamos un libro atado con una delicada cinta de sangre, como el lazo de las medias de una virgen desvirgada. Pero la sangre tiene muchos vinos, las rosas tienen muchos colores, el libro se vende más como caja de música cerrada y como bombonera de bombones de cartón que como arte o pensamiento, y lo de San Jorge y el dragón jardinero y bibliotecario es una patraña.
Hace unos días se inauguró en Gerona la plaza 1 de octubre, hasta entonces plaza de la Constitución. La alcaldesa Marta Madrenas (PDeCAT) encabezó la fiesta y descubrió una placa conmemorativa con el siguiente texto: «Durante el referéndum del 1 de Octubre de 2017, la ciudadanía de Girona sufrió la brutal agresión de las fuerzas de seguridad españolas cuando ejercía de forma libre y pacífica su derecho de voto. Esta plaza quiere dejar testimonio de admiración, memoria y recuerdo del digno comportamiento del pueblo y de su coraje». Si existe una constante en el nacionalismo catalán es su capacidad de engrosar su colección de agravios; un acontecimiento tiene interés solo si es posible reinterpretarlo como un ultraje al pueblo, para posteriormente eslabonarlo a una tradición victimista: 1714, la Guerra Civil, la sentencia del Estatut, el 1-O, el 155 o el penalti en el último minuto. Esta tendencia no es anecdótica: responde a un modo muy concreto de entender la realidad y, por tanto, la política. Se trata de una arraigada cultura de la victimización.
Un banco de alimentos es un observatorio de la pobreza. El reparto de comida entre los más necesitados no tendría sentido sin un protocolo que cuantificara la demanda por municipios, distritos, barrios; que constatara, por ejemplo, la existencia de un súbito pico de menesterosos en un área determinada y, en razón de ello, y en cooperación con los servicios sociales de la localidad, evaluara a qué obedece, de qué modo paliarlo o si va acompañado de otras carencias. Se trata de que la beneficencia no sea únicamente un parche más o menos redentor, sino también una oficina de monitorización de la miseria o, por emplear un tecnicismo al uso, del riesgo de exclusión social. Para los (des)amparados, obviamente, esa cuota de burocracia suele ser desagradable. Nombre, estado civil, número de hijos, profesión… Nadie responde de buena gana a la taxonomía de su propia desventura.
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