THE OBJECTIVE
Antonio García Maldonado

El deber de no decir nada

Ya aconsejó Wittgenstein que «cuando no se puede hablar, mucho mejor es callarse». Antes, en el siglo XVIII, el abate Dinouart escribió que «sólo se debe dejar de callar cuando se tiene algo que decir más valioso que el silencio». Ocurre que las redes sociales y el modelo de negocio de la prensa digital pendiente del click y la publicidad hacen esto difícil a los ciudadanos, y directamente imposible a los editores de prensa y los analistas. Pero, aun entendiendo las razones, el comportamiento de los medios durante la moción de censura y la conformación del nuevo Gobierno ha dejado síntomas preocupantes sobre papel ambivalente que el periodismo juega en nuestras democracias en plena revolución digital.

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El deber de no decir nada

Ya aconsejó Wittgenstein que «cuando no se puede hablar, mucho mejor es callarse». Antes, en el siglo XVIII, el abate Dinouart escribió que «sólo se debe dejar de callar cuando se tiene algo que decir más valioso que el silencio». Ocurre que las redes sociales y el modelo de negocio de la prensa digital pendiente del click y la publicidad hacen esto difícil a los ciudadanos, y directamente imposible a los editores de prensa y los analistas. Pero, aun entendiendo las razones, el comportamiento de los medios durante la moción de censura y la conformación del nuevo Gobierno ha dejado síntomas preocupantes sobre papel ambivalente que el periodismo juega en nuestras democracias en plena revolución digital.

Lejos de clarificar en la espesura, ha contribuido a la confusión general, olvidándose de una de sus tareas esenciales. Durante la moción, fueron frecuentes las apelaciones de los comentaristas a «pactos ocultos» con los independentistas o filoetarras, para, una vez nombrado Borrell ministro de Exteriores, en vez de admitir la precipitación, proceder a explicar la designación como «una rectificación» de sus iniciales acuerdos. No se equivocaba el periodista, sino que rectificaba Sánchez. «Mis fuentes me dicen que» se ha convertido en una coartada en la que la sospecha de que realmente no hay nadie detrás está bastante fundada al calor del poco tino que han tenido muchos.

El sintagma «y esto no es opinión, es información» suele ser la antesala de un comentario sin fundamento, a lo sumo una intuición o un deseo oculto camuflado de vaticinio. Lo cierto es que el porcentaje de acierto en los ministros no evidentes ha sido nulo, pese a que estas predicciones en teoría contrastadas nos han tenido días ocupados opinando en redes sobre el desastre que sería que nombraran a tal o cual –que ni estaba ni se le esperaba– para determinada cartera. Tiempo a la basura. Y qué decir de la práctica unanimidad de los analistas políticos de prensa afirmando que «Rajoy comunicará a su partido que sigue y pilotará el proceso de transición, porque no se descarta que busque continuar». Incluso alguien tan cercano al expresidente como Francisco Marhuenda ha publicado una portada desmentida por la declaración de su amigo con la imprenta todavía caliente.

La realidad es que nadie sabía nada pero todo el mundo se veía con la necesidad de decir y publicar algo. A costa de la salud de la conversación pública y de la propia credibilidad analítica. La tormenta de ruido lo aguanta todo, y el enjambre digital tiene memoria corta. Esta actitud de los medios la conocen los estrategas de los partidos, que han utilizado esta inercia para colocar sus mensajes en un crescendo que buscaba atraer la atención con todos y cada uno de los nombramientos. Los medios no han fiscalizado, sino que han servido aquí a las estrategias de los spin doctors.

A la profesión periodística le gusta sentirse retratada en Todos los hombres del presidente, pero en esta y en tantas otras ocasiones se ha parecido más a lo que nos cuenta El gran carnaval de Billy Wilder. Conviene saber no decir nada, o decir que no se sabe.

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