THE OBJECTIVE
Enrique García-Máiquez

El don de la oportunidad

«No pasa de ser una muestra más de los muchos actos de solidaridad y cariño que ha producido esta epidemia. Hasta ahí, normal. Lo malo fue cuando mi mujer preguntó a mi hijo si él había escrito una carta. Sí, claro, y se la sabía de memoria, anunció orgulloso. Era breve, pero contundente: ‘No os preocupéis de ir al Cielo, que arriba está Dios’».

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El don de la oportunidad

Juan Carlos Cárdenas | EFE

La valla del colegio de mi hijo da a una residencia de ancianos donde han tenido un brote severo de coronavirus con varios fallecidos incluso. La relación entre la residencia y el colegio viene de lejos. Algunos ancianos acudían diariamente a misa a la capilla del colegio y los niños hacían las clásicas visitas cantarinas en fechas señaladas a la residencia.

Ahora los alumnos han colgado una gran sábana en la valla hacia la residencia donde gritan: «Estamos con vosotros». En la sábana han dibujado a dos de los ancianos más asiduos a aquellas visitas, que ahora se han interrumpido. Además, los más pequeños han hecho dibujos y han escrito cartas, que el director del colegio, dos o tres profesores y algunos representantes de los alumnos han llevado a la puerta de la residencia, con gran emoción por ambas partes, como puede verse en un vídeo que ha circulado entre los padres.

No pasa de ser una muestra más de los muchos actos de solidaridad y cariño que ha producido esta epidemia. Hasta ahí, normal. Lo malo fue cuando mi mujer preguntó a mi hijo si él había escrito una carta. Sí, claro, y se la sabía de memoria, anunció orgulloso. Era breve, pero contundente: «No os preocupéis de ir al Cielo, que arriba está Dios». No sé si la carta habrá pasado el cribado del colegio. Espero que no, aunque me temo lo peor, porque he recordado que, en el vídeo, cuando el director hace entrega del saco de cartas, advierte: «Hay de todo, pero es lo que ellos os han escrito». Su madre y yo dimos un respingo del que todavía no nos hemos recuperado.

Cuando le hemos dicho al niño que esas cosas no se escriben, nos ha contestado, cargado de razón y encogiéndose de hombros: «¿Por qué no, eh, por qué?». Imposible entrar en demasiados dibujos si no se le quiere crear a la criatura una crisis de fe.

Prudencialmente hemos cambiado de tema, pero yo me he quedado pensando en que, aunque no es lo más propio para decirles a esos ancianos a esas edades y en esas circunstancias, sí que es, en el fondo, lo más consolador, y la pura verdad, según la creo yo también como mi hijo, aunque sin su desparpajo. He recordado, además del cuento de El traje nuevo del Emperador, varias frases evangélicas. Primero, la de «dejad que los niños se acerquen a mí». Luego, los niños, una vez que están cerca, tienen esto, no es sólo su fotogenia instantánea y a correr, qué va. También he recordado que «el Padre ocultó estas cosas a los sabios y entendidos, y las reveló a los pequeños»; o, en realidad, no se las ocultó a nadie, sino que los sabios y entendidos las ocultan.

Por eso yo, aunque espero de todo corazón que la carta de mi hijo no haya pasado la censura, no quiero contribuir a ocultarla ni de deseo, y aquí la cuento, porque el niño no tendrá el don de la oportunidad, pero tiene el de la profecía. Hemos de ser exquisitos con la sensibilidad de los demás y luchar a brazo partido contra el coronavirus sin descuidos sanitarios ni presunciones místicas, pero creo que a los que creemos nos viene bien recordarnos que, además, no hay que preocuparse de ir al Cielo. Faltaría más.

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