THE OBJECTIVE
Ferran Caballero

El fiscal Moix y la mujer del César

El fiscal Moix ha dimitido por motivos familiares, y es sabido que en estos casos el más habitual es que la mujer del César no tiene que ser honesta, sino parecerlo. Pocas advertencias contra esta máxima se encontrarán como la que se explica en esa magnífica novela de motivos familiares que es “La marcha Radetsky”: “Cierto es, (le escribre Joseph Trotta a su padre) que hacia la medianoche inicié un inocente paseo con la esposa del comandante médico de nuestro regimiento. La situación no me permitía adoptar otra actitud. Nos vieron unos compañeros. El jefe de escuadrón Tattenbach, que desgraciadamente siempre suele estar bebido, hizo unas mezquinas observaciones al doctor. Mañana a las siete y veinte se baten los dos a tiros”.

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El fiscal Moix y la mujer del César

El fiscal Moix ha dimitido por motivos familiares, y es sabido que en estos casos el más habitual es que la mujer del César no tiene que ser honesta, sino parecerlo. Pocas advertencias contra esta máxima se encontrarán como la que se explica en esa magnífica novela de motivos familiares que es “La marcha Radetsky”: “Cierto es, (le escribre Joseph Trotta a su padre) que hacia la medianoche inicié un inocente paseo con la esposa del comandante médico de nuestro regimiento. La situación no me permitía adoptar otra actitud. Nos vieron unos compañeros. El jefe de escuadrón Tattenbach, que desgraciadamente siempre suele estar bebido, hizo unas mezquinas observaciones al doctor. Mañana a las siete y veinte se baten los dos a tiros”.

A las siete y veintipoco estaban los dos muertos. Porque la mujer del César no le pareció honesta al borracho del pueblo. Y el borracho es tan pueblo como el que más. Y su opinión también es opinión pública (y a menudo publicada). Y también él tiene derecho a preocuparse por el buen nombre del César y de su mujer y a indignarse por sus paseos nocturnos.

Antes de morir, el comandante médico, el doctor Demant, se confiesa con Trotta: “Soy un imbécil, querido amigo. No tengo fuerzas para escapar de este duelo idiota. Seré un héroe por pura necedad, de acuerdo con las leyes del honor y el reglamento. ¡Un héroe!”

Será un héroe por defender el buen nombre de su esposa frente a un pobre borracho, de acuerdo con las leyes del honor, que no son, claro está, las leyes de ninguna sociedad democrática. Y de eso se trata, porque las leyes democráticas y su derivada presunción de inocencia sirven, precisamente, para proteger nuestra dignidad y nuestra vida del primer borracho que se decida a arruinarlas. Y para que no sólo los héroes puedan hacerlo.

Por eso no podemos aspirar a una sociedad en la que todo el mundo tenga que parecerle honesto al borracho del pueblo. Aceptar eso es resignarse a que todos nos parezcan deshonestos. Y así, haciéndonos más cínicos, nos hacemos también mucho más ingenuos. Porque creyendo que todo en el poder y la política está igualmente mal caemos con gran facilidad en manos de quien, por venir de fuera de la política y por no tener poder, nos promete la salvación incluso de las apariencias.

Como explicaba muy bien Tsevan Rabtan, la frase sobre la mujer del César “es paradigmática de la política democrática, no de la dictatorial. Y es cínica como solo puede serlo la política democrática. Se trata de agarrarse a la excusa de las formas para quitar de en medio algo que te molesta y satisfacer al populacho. Fijo que el César que se cepillaba a Cleopatra no la habría pronunciado.”

Por eso es el arma favorita de la oposición y por eso es tan peligroso que, por miedo de enfurecer al populacho, se fuercen dimisiones para que no parezca que se defiende a un corrupto. Porque una vez dimitido, ya siempre habrá dimitido como tu corrupto. Y aunque, gracias a Dios, el honor de nuestras esposas ni el buen nombre de nuestros políticos no nos exigen todavía grandes heroicidades, sí necesitan el respeto a la presunción de inocencia y el valor de defenderla.

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