THE OBJECTIVE
Jordi Bernal

El fútbol no tiene quien lo filme

La instalación del turbio negocio del fútbol en el centro de la vida pública española viene de lejos. Hubo un tiempo en que el orgullo patriótico se medía por las copas europeas conquistadas. Los propagandistas de los grandes regímenes totalitarios del pasado siglo hicieron del deporte de competición uno de los principales argumentos del discurso triunfalista. ¿Cómo una sociedad puede ser un infierno de hambre, mierda y muerte con aquella colección de apolíneos ganadores de medallas? Los atletas se erigían en ejemplo y reflejo de doctrinas asesinas.

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El fútbol no tiene quien lo filme

La instalación del turbio negocio del fútbol en el centro de la vida pública española viene de lejos. Hubo un tiempo en que el orgullo patriótico se medía por las copas europeas conquistadas. Los propagandistas de los grandes regímenes totalitarios del pasado siglo hicieron del deporte de competición uno de los principales argumentos del discurso triunfalista. ¿Cómo una sociedad puede ser un infierno de hambre, mierda y muerte con aquella colección de apolíneos ganadores de medallas? Los atletas se erigían en ejemplo y reflejo de doctrinas asesinas.

En nuestro caso es verdad que hemos sido un poco más modestos. Aquí se impuso la exhibición de simpática furia racial por un lado y la reivindicación política a modo de victimismo por el otro. En Cataluña, la instrumentalización ideológica del fútbol es, desde hace años, de una impudicia inmunda. Plataformas subvencionadas, partidos políticos nacionalistas, medios de comunicación públicos y afines han utilizado este deporte para atizar su particular confrontación contra España. Todavía causa bochorno el recuerdo de la sonrisita aviesa del Molt Honorable Mas mientras la turba silbaba e insultaba en una cancha vil al Jefe del Estado. Por no hablar de ese “Madrid ens roba” futbolístico que se repite desde los tiempos de Guruceta. Es tal el grado de fanatismo que hasta se aplaude y vitorea a un confeso defraudador fiscal a la salida de los juzgados.

En cualquier caso, el fútbol, además del pan (y circo) nuestro de cada día, se ha convertido en objeto mediático, literario, artístico, musical. En los papeles, sin ir más lejos, escritores admirados y buenos amigos cincelan columnas y crónicas estilizadas sobre el asunto. Y yo me acuerdo de aquellos versos cursilones de Alberti: “Ni el mar,/que frente a ti saltaba sin poder defenderte./Ni la lluvia. Ni el viento que era el que más regía./Ni el mar, ni el viento, Platko,/rubio Platko de sangre,/guardameta en el polvo,/pararrayos.” Incluso nuestros políticos van “partido a partido”, trabajan con “esfuerzo y humildad” y  les queda “mucha liga por delante”. El márquetin partidista puede llegar a ser muy simiesco.

Hay, sin embargo, una brizna de esperanza. No existe, si la memoria no me falla, ninguna buena película sobre fútbol. Ninguna digna. Ninguna. Por algo será.

Larga vida, pues, a las solitarias salas de cine abiertas las noches que se celebran partidos del siglo y finales de Champions. La libertad siempre ha rehuido la masa. Y, por regla general, lleva razón.

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