THE OBJECTIVE
Ignacio Peyró

El hombre del segundo plano

Van Rompuy puso puntos de sutura en su país, paz en la gallera francoalemana y sillería de solidez ante el terremoto financiero en la Eurozona. Van Rompuy –ahí detrás de Putin- encarna la inteligencia de quien está en segunda fila.

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El hombre del segundo plano

Van Rompuy puso puntos de sutura en su país, paz en la gallera francoalemana y sillería de solidez ante el terremoto financiero en la Eurozona. Van Rompuy –ahí detrás de Putin- encarna la inteligencia de quien está en segunda fila.

Su novela nacional se llama «La pena de Bélgica» y su elogio más sentido –Le plat pays- tiene la carga de un reproche. De Michaux a Folon y de Magritte a Hergé, no ha habido prohombre belga que no acusara la incomodidad de ser belga: valones y flamencos, flamencos y valones, la fricción es tan intensa que el protagonista de «Una danza para la música del tiempo» sabe que ha cruzado la frontera cuando una pelea le hace despertar del wagon-lit. Un país así sólo se resuelve con una guerra civil o con política: razón de gravedad para que Bélgica haya sido la sala de maternidad de tanto buen político.

Quizá el último de la raza ha sido ese retrato de Memling llamado Van Rompuy, manso como paloma y astuto como serpiente, sabedor de que en política –por seguir con el animalario- un elefante y un puercoespín pueden copular, porque de lo que se trata es de hacerlo con cuidado. Van Rompuy puso puntos de sutura en su país, paz en la gallera francoalemana y sillería de solidez ante el terremoto financiero en la Eurozona. No está mal para un hombre gris que –para más inri- viste de marrón, pero que ha sabido elevar la condición de fontanero a la de orfebre. Entre la modestia jesuítica y el apartamiento trapense, Van Rompuy –ahí detrás de Putin- encarna la inteligencia de quien está en segunda fila, la virtud del segundo plano de la foto. En fin, en la estela de la intelectualidad católica belga, VR ha dicho que todo su trato en el mundo de los hombres no ha hecho más que acrecentar sus ansias de Paraíso.

De los Países Bajos se afirmó que Dios los había creado para que los europeos tuvieran un campo de batalla. En alguna ocasión, Van Rompuy ha citado la norma áurea de Monnet como definición del proyecto de Europa: siempre será mejor discutir sobre una mesa que, precisamente, sobre un campo de batalla. Según leyó en la aceptación del Nobel de la Paz, la Unión «liga con tanta fuerza nuestros intereses que la guerra se vuelve materialmente imposible». No son palabras ligeras en quien algo conoce del sentido trágico de la historia: en la Segunda Guerra Mundial, el padre de Van Rompuy tuvo que cavar su propia tumba. Por eso mismo el hijo puede citar a Heródoto en sus discursos y que suene a verdad. Con la historia, el latín y el griego de Van Rompuy, algo de espíritu y de hondura se le ha añadido a la negociación de la cuota del fletán.

Al reflexionar sobre la crisis, Van Rompuy se preguntaba si sus estudios de filosofía no le habrán ayudado al cabo más que los de economía. Tanta templanza y tan poco narcisismo al final nos han ayudado a todos.

A pocos meses ya de su retiro, «Haiku Herman» otea la jubilación para pasear al perro, escribir versos y retirarse de cuando en cuando a la abadía de Afflijem, no se sabe hasta qué punto inmune a la cerveza del lugar. Desde la última vuelta del camino, sólo sabemos la falta que nos hará cuando nos falte, aunque para la poesía neerlandófona será un tanto.

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