THE OBJECTIVE
Teresa Viejo

El invierno en tus manos

Esas manos interrumpidas a mitad de su discurso parecen vivas. Es como si el dueño se hubiera tomado un respiro para proseguir su alegato mientras busca un bolígrafo y anota una idea entretanto. Más que inmovilidad sugieren un paréntesis que termina al retomar la vida en el punto donde esta se quedó.

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Esas manos interrumpidas a mitad de su discurso parecen vivas. Es como si el dueño se hubiera tomado un respiro para proseguir su alegato mientras busca un bolígrafo y anota una idea entretanto. Más que inmovilidad sugieren un paréntesis que termina al retomar la vida en el punto donde esta se quedó.

Esas manos interrumpidas a mitad de su discurso parecen vivas. Es como si el dueño se hubiera tomado un respiro para proseguir su alegato mientras busca un bolígrafo y anota una idea entretanto. Más que inmovilidad sugieren un paréntesis que termina al retomar la vida en el punto donde esta se quedó. De hecho si no fuera por el agitado mar cualquiera diría que andan relajándose en mitad de una actividad cotidiana. En cierto modo el equívoco de la imagen es el mismo en el que nos hemos instalado los vecinos de este barrio global que contempla lo que sucede en sus alrededores igual que un fotograma. La realidad tiene tantos visos de ficción que no terminamos de creérnosla, motivo por el cual unos dedos apergaminados por el frío lejos de estremecernos nos invitan a acariciarlos para despertarlos de su letargo.

La vida dispone de atajos para sortear los caminos pedregosos y la muerte posee la impertinencia de no avisar. Perverso binomio.

Sin embargo una y otra se siguen los pasos, tratando de ocupar ese terreno que deja libre la improvisación de cada una. Así el tránsito de esas manos al otro barrio aventura haber sido, además de rápido, tan sorpresivo que los dedos se han quedado con ganas de señalar o elegir su siguiente acción. De haber sabido que carecían de opción a ella puede que hubieran querido elegir el gesto que anunciara su epitafio: quizá habrían levantado el pulgar concluyendo que su existencia mereció la pena a pesar de tan amargo desenlace; a lo mejor hubieran montado el dedo corazón sobre el índice en señal de suerte a los que esperan un viaje parejo al suyo o el corazón inhiesto sobre los demás haciéndonos una soberana peineta. Un “váyanse ustedes a la mierda” por inmisericordes.   

 

 

 

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