THE OBJECTIVE
Aloma Rodríguez

El lado correcto

Estos días hemos vuelto a ver cómo políticos, periódicos y el gobierno se dejaban llevar por el populismo, se han apuntado a las críticas al sistema judicial y penal español a raíz de la concesión de la libertad provisional para los cinco acusados cuya condena aún no es firme.

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Estos días hemos vuelto a ver cómo políticos, periódicos y el gobierno se dejaban llevar por el populismo, se han apuntado a las críticas al sistema judicial y penal español a raíz de la concesión de la libertad provisional para los cinco acusados cuya condena aún no es firme. Estoy hablando del caso de la Manada, como ellos mismos se hacían llamar. Miguel Pasquau ha explicado de manera clara los riesgos y dudas que el caso concita: “Es importante que cultivemos una y otra vez, incesantemente, la sospecha frente a nuestros prejuicios. No sólo vigilar los de los demás, también los propios. Estadísticamente es imposible que siempre los sesgos y prejuicios estén al lado contrario, y que en el nuestro sólo esté el buen juicio”. El mismo tribunal no se puso de acuerdo: el presidente de la sala, José Francisco Cobo, se opuso a otorgar la libertad provisional. Como a muchos, la idea de dejar en libertad –aunque sea provisional– a los tipos que violaron a una chica en un portal en Pamplona en los sanfermines de hace dos años no me gusta. Pero eso no tiene nada que ver: la función de los tribunales no es complacer a los ciudadanos o aplicar las leyes en función del termómetro social. Sino aplicar las leyes, precisamente al margen de reclamos populares o electoralistas. Eso no significa, como también señaló Pasquau en un artículo sobre la sentencia de la Manada, que no se puedan hacer cambios en la legislación.

Al final no ha sido el pacto por la educación, ni una reforma de la Constitución, ni la derogación de la ley Mordaza lo que ha puesto de acuerdo a todos los partidos políticos: lo ha hecho criticar una crítica al sistema judicial amparada en el sentir popular. Los periódicos, también a opinadores, tuiteros, políticos, etc., han querido colocarse en el lado correcto de lo que se percibe como un movimiento social. Digo eso porque es un poco lo que me pasó a mí: ¿cómo no voy a protestar contra esa sentencia que me resulta insatisfactoria? ¿Cómo pueden mandarlos a su casa si los han declarado culpables? ¿Cómo no me voy a alinear con los buenos? Pero ahora hagamos un ejercicio: imaginemos que el termómetro popular se encendiera mucho hacia una dirección que no nos pareciera tan buena. Recordemos el muñeco que representaba a Ana Julia Quezada y que fue quemado en Coripe, Sevilla. O imaginemos la oposición popular a algunas leyes recientes: la ley del aborto o la ley del matrimonio homosexual.

Por supuesto que se puede protestar por una sentencia que no nos gusta, manifestarse, salir a la calle y reclamar a los representantes públicos que piensen sobre el tema. Pero acusar al sistema y sembrar la desconfianza en las instituciones me parece peligroso. Hay un equilibrio complicado en el que se basa el Estado de derecho y cuidarlo nos corresponde a todos.

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