THE OBJECTIVE
Lea Vélez

El manicomio infantil

Mis hijos, como muchos niños, tienen “enemigos” en el colegio. Todos los tuvimos. En la infancia los sentimientos están bastante exacerbados y hay odios y amores, amigos y enemigos.  La palabra “enemigo” no significa lo mismo para un niño que para un adulto. Es un lenguaje que ellos utilizan y que tiene un valor semántico muy diferente.

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El manicomio infantil

Reuters

Mis hijos, como muchos niños, tienen “enemigos” en el colegio. Todos los tuvimos. En la infancia los sentimientos están bastante exacerbados y hay odios y amores, amigos y enemigos.  La palabra “enemigo” no significa lo mismo para un niño que para un adulto. Es un lenguaje que ellos utilizan y que tiene un valor semántico muy diferente. Por ejemplo, hay niños del cole que se meten con mi hijo mayor y con su amigo, que “les odian” por ser diferentes, que no les invitan a los cumpleaños y que no les dan caramelos cuando toca repartir. Las madres de estos chavales fingen no saber que en la clase hay 22 niños cuando compran 20 piruletas para que las repartan con sus compañeros, y no les dicen cosas como: “mira, puñetero hijo de mis entrañas, descastado, bullinguero… si quieres repartir caramelos en la clase, tienes que darle a TODOS los niños, por mucho que le tengas tanto odio a estos dos”. Estas madres fingen que el colegio es un lugar de armonía social, que acosados y acosadores son felices en él como perdices y que el problema está en otra parte.

Y bien, sí, es verdad, está en otra parte. Está en fingir que al encerrar gacelas con leones, ratones con orangutanes y científicos con futbolistas en el mismo recinto amurallado se establece una representación fidedigna de la realidad social. Pues no. El recreo no se parece a la vida. En nada. En sociedad no convivimos así. Para empezar, en la vida nos juntamos con los que nos quieren de verdad y con los que de verdad nos hacen felices y sería difícil que alguien aguante en un trabajo años y años y años si le acosan laboralmente los mismos cuatro pringados, por poner un ejemplo. En sociedad buscamos relacionarnos por preferencia y no por obligación y además, tenemos otra sabiduría, no la pasión irascible de la infancia. En sociedad tratamos de contemporizar, hay un interés vital en ello: conservar el trabajo, ascender, disfrutar de los afines, alejarnos de los pelmas, buscar un hueco en la playa. Esto no se puede hacer en el colegio, buscar. La muestra del aula es demasiado pequeña. La del patio también. Todas sus fronteras son muros con vigilantes. Un colegio es una isla muy pequeña. Sus dinámicas son duras como condenas. El colegio es una burbuja, una aberración, un paréntesis en la vida de una persona. Es la cárcel antes del crimen, el purgatorio o en el mejor de los casos, una sala de espera de la realidad, en la que no siempre es fácil armarse de paciencia. El colegio, la vida escolar, no se parece a nada más que a sí mismo y quizá a las películas de fugas en prisión, en las que los presos nunca son asesinos horribles, sino tíos majos que ansían libertad y están unidos contra otro enemigo común: los carceleros

Hay que aceptarlo, madres y padres del mundo.  Una vez que los dejas tras esa tapia con rejas, lugar antinatural, ecosistema brutal de cemento, toca cerrar los ojos y creer en la ficción de que aquello es bueno y entretenido para ellos y, sobre todo, necesario. Es eso, o hacer lo que hago yo y decir: pues no. No es el bien, no es felicidad, no es una cosa buena, no es casi nada de lo que pretende, pero es necesario, en su justa medida y con las críticas necesarias.

Yo he decidido desde hace unos años salirme de la ficción. He llegado a la conclusión sana y cínica de que el colegio es una burocracia que hay que pasar. Mis hijos, que como todos los niños ya lo sabían desde hace tiempo, están felices de ver que no trato de engañarles al respecto. Desde que ven el colegio como una amable prisión llevadera están mucho mejor socializados Han dejado de creer en las buenas palabras de sus celadores: “esto es por tu bien”, “el colegio es un lugar de sabiduría”, “al colegio se va a aprender”, para gestionarlo con garbo y risas, como uno que es listo puede gestionar sus emociones en una sala de espera donde sabe que va a estar varios años. Para ellos es eso, un recinto donde si hay suerte, pueden disfrutar de alguna actividad intelectual, donde si hay suerte, pueden encontrar el cariño de un maestro, donde si hay suerte, pueden tener un mejor amigo con el que disfrutar de las horas muertas. Y cuando la realidad se ve desde lo que es… suele haber suerte, porque así es como funcionan las cosas. Cuando no se espera nada, se recibe más y se recibe mejor.

A mí me funciona fenomenal esto de no tratar de convencerles de que es el mejor lugar del mundo, ni de que es un sitio imprescindible para su desarrollo vital, ni de que allí aprenderán bondades que no podrían aprender igualmente en familia o en casa. No trato de convencerles de nada que no se corresponda con sus percepciones, porque las ficciones también nos quitan libertad. De todas formas, estoy ojo avizor por si hay problemas, acosos, infelicidad de esa tremenda, que nos marca de por vida. El otro día con los niños en el coche, volviendo del colegio, le dije a mi hijo pequeño, que tiene 8 años y que es quien más me preocupa, porque tras más de cuatro años trotando por este patio-paréntesis de la vida escolar, aún no ha conseguido hacer un gran-mejor-amigo que es lo único que nos consuela en esta vida:

-Cielo, ¿hoy qué tal? ¿Has conseguido jugar con alguien en el recreo?

-Bueno, no tuve mucho recreo.

-Oh, no. ¿Tuviste que acabar trabajo de clase atrasado? Voy a tener que hablar con tus profes… ¿cuál de ellas te dejó en el aula terminando la tarea?

-No, no me quedé sin patio por no hacer el trabajo, fue porque hoy no me quise comer la comida. Cuando no te la comes, te obligan a quedarte el último.

Me cargué de humor, como siempre:

-¡Caray! ¿Seguro que vais al colegio? ¿No será más bien la cárcel?

-Jajaja. -rio “el condenado”.

Su hermano de 10 años intervino con socarronería:

-No es la cárcel, mamá. El colegio se parece mucho más al manicomio. En los manicomios los cuidadores tratan de enseñarles cosas a los enfermos, les ponen a hacer dibujos y a colorear y tal, y, además, no está tan claro que los locos estén tan locos.

-Qué razón tienes, hijo. De hecho, antiguamente, muchas personas inconformistas, disidentes, mujeres independientes a las que tildaban de histéricas… acababan en el manicomio. Sí, creo que tenéis razón. El colegio es el manicomio de los niños. De hecho, ayer me llamó, una vez más, la psicóloga para hablar conmigo porque Richard siempre anda solo en el recreo. Qué pena que no pueda decirle lo que pienso.

-¿Y qué piensas?

-Que si los colegios no fueran manicomios, no haría falta que todos tuvieran psicóloga.

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