THE OBJECTIVE
Teresa Viejo

El marido del Presidente

Algún cast@ se colará en las listas de las próximas elecciones e incluso algún adict@ al sexo. Se aburrirán con la postura del misionero o probarán las “Cincuenta sombras de…”, látigo incluido.

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El marido del Presidente

Algún cast@ se colará en las listas de las próximas elecciones e incluso algún adict@ al sexo. Se aburrirán con la postura del misionero o probarán las “Cincuenta sombras de…”, látigo incluido.

El primer ministro de Luxemburgo ha contraído matrimonio y no hay foto que no deslice la romanticona felicidad del recién casado. Los ojos entornados, la sonrisa a flor de piel y una expresión narcotizada por efecto del amor. Quien lo provoca es otro hombre y esa naturalidad con la que el mandatario exhibe lo que siente me huele que en España no resultaría fácil; no porque la nuestra sea una sociedad pacata, sino porque lo son nuestros políticos. Me aburren. Me hastía la opacidad que trasladan no ya a su gestión –lo que puede entrañar, a veces, la comisión de un delito- sino la que envuelve a unas vidas tan corrientes como las del resto de los mortales, por más que se empeñen en mostrarlas idílicas. O anodinas. Los políticos se enamoran y desenamoran. Son fieles e infieles. Heteros y homosexuales.

Algún cast@ se colará en las listas de las próximas elecciones e incluso algún adict@ al sexo. Se aburrirán con la postura del misionero o probarán las “Cincuenta sombras de…”, látigo incluido. Enferman y sanan. Se hacen un trasplante capilar, sufren hemorroides y se inyectan bótox. O conviven con sus arrugas. A veces se deprimen y otras bailan por soleares. Y si bien estas condiciones no parece que deban ser alardearlas en un mitin, tampoco son –salvo intimidades o patologías- para emboscarlas.

Reconozcámoslo, los políticos españoles, salvo meritorias excepciones, andan anquilosados en unas formas que la sociedad dinamitó hace tiempo. Cierto que cuando el hambre llama a la puerta no existe mayor preocupación que saciarla y lo demás pasa a un segundo plano, así la preocupación capital está clara; pero la confianza la merece quien no oculta nada. Por supuesto que ni sobres, cuentas en Suiza ni adjudicaciones oscuras, pero tampoco un amor que le revienta el pecho. 

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