THE OBJECTIVE
Anna Grau

El nuevo terror clientelar

«España ha sido y es un país de enchufados, de recomendados, de pelotas triunfantes, de trepas sin escrúpulos, de sicarios de lo que sea. ¿Como en todas partes?»

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El nuevo terror clientelar

Andres Ballesteros | EFE

Me gustaría llamar hoy la atención de nuestros queridos lectores sobre una curiosa deriva de la política española contemporánea, la de ahora mismo, quiero decir, que, en mi humilde opinión, todo el mundo ve, pero pocos le dan la importancia debida o la analizan correctamente. Me refiero al estallido de un terror clientelar feroz, de un nepotismo mayúsculo, que se abre paso de forma tan escandalosa como sibilina. Parece una contradicción pero, ¿y si no lo es?

No nos vamos a engañar: España ha sido y es un país de enchufados, de recomendados, de pelotas triunfantes, de trepas sin escrúpulos, de sicarios de lo que sea. ¿Como en todas partes? No. Más que en otros sitios donde el esfuerzo individual, la moral del trabajo bien hecho, la ética personal, pesan un poquito más en la balanza. En nuestras latitudes geográficas, filosóficas, religiosas y hasta sentimentales, se da una explosiva mezcla de defectos (esa irrefrenable tendencia a admirar mucho más al pillo que triunfa sin merecerlo, mientras que al que sí se lo merece, se le premia con la más tiñosa envidia…) y hasta virtudes (aquí la familia nunca te va a dejar tirado…otra cosa es que a veces pueda llevar su solidaridad hasta extremos extravagantes de ilegalidad).

Podríamos empezar a tirar de cualquier hilo. Da lo mismo si hablamos del padre de Errejón, del formidable tándem peronista formado por Pablo Iglesias e Irene Montero, del desparpajo con que los dirigentes separatistas catalanes casi alardean de hacerse un traje a medida con las subvenciones, de ciertos jefes de gabinete que tratan la publicidad institucional como si fuera su dinero de bolsillo, no digamos las invitaciones institucionales a espectáculos convertidas en puro y duro mercadeo entre cuñados, primos segundos y terceros…

 …Y no, no me olvido del Rey Emérito. Pero es que este artículo no va, o no tan sólo, de corrupción. Va de clientelismo. Y de un clientelismo nuevo, mucho más atroz y feroz que el de antaño. Porque no se limita a tener la manga ancha, a dejar pasar, a traficar con influencias o favores. Es un clientelismo que no busca “engrasar” los ejes del sistema sino directamente sustituirlos: a que no se pueda vivir, si no es a su sombra.

En la vida todo es cuestión de masa crítica. Todo cesto puede asumir un determinado límite de manzanas podridas, toda Administración un determinado límite de ociosos puestos a dedo, todo sistema un determinado límite de peso muerto. Siempre y cuando los elementos válidos y activos, así sea a costa de una considerable injusticia, compensen a los elementos inválidos y pasivos, manteniendo un horizonte aceptable de eficacia.

El problema es cuando la proporción entre lo eficaz y lo impresentable se invierte, y toda una Administración, o todo un conjunto de ellas, pueden irse al cuerno (arrastrando a la debacle a todos los administrados) porque el demérito abruma numéricamente al mérito.

La situación se agrava, y mucho, si el escenario anteriormente descrito no es fruto de la incompetencia o de la dejadez, sino de un cálculo perfecta y siniestramente medido. De un tiempo a esta parte, se han multiplicado, y cómo los agentes políticos. Hay muchos más partidos, grupos parlamentarios, socios de gobierno, etc, que antes. En todas partes. Insisto en que hoy no me interesa discernir entre “buenos” o “malos” sino señalar un fenómeno que, tendiendo a ser general, parece más agudo no tanto dependiendo de la inclinación o la sigla política, sino del tiempo que se lleva en el negocio. Para decirlo en román paladino y entendernos mejor: cuánto menos tiempo lleva una formación política en el “negocio”, más pirañas y con los dientes más afilados pone en circulación en el bidet. Más se afana en ser visualizada como una red clientelar fiable, como un buen árbol al que arrimarse. Como un buen dispensador de regalías.

Tanto es así, que en algunos casos se llega al escándalo abierto, no por torpeza, que lo podría parecer, sino porque no hay tiempo ni ganas de ser más fino: cuando es urgente “marcar paquete” como lobby, se impone mandar el mensaje al mundo, cuanto más descarado e impúdico mejor, de que no tiembla la mano a la hora de colocar a los propios y defenestrar a los ajenos. Maquiavelismos los justos y matices ninguno.

Tradicionalmente estas cosas se hacían por la puerta de atrás. Ahora hay quien las hace lo más aparatosas que puede, porque mucho más importante que disimular, o incluso que ponerse a cubierto de represalias civiles y legales, es sobrevivir como red clientelar, como respirador de poder, como bombona de oxígeno de privilegios…cuanto más inmerecidos, mejor. Así se da la paradoja tremenda de que las redes clientelares más potentes son las que tienen la capacidad de colocar a gente menos capacitada. Cuando ni la apariencia del mérito es necesaria, ¿qué otra cosa se ventila sino una canina lealtad?

Va irrumpiendo así en nuestras instituciones, ya de por sí poco dadas a la virtud, una especie de vicioso neomaoísmo virulento, algo así como cuando a los campesinos en China les daban títulos universitarios sólo por haber hecho la revolución, mientras a los doctores en Filosofía se les mandaba a reeducar cuidando cerdos, incluso sin necesidad de haber disentido o discrepado muy abiertamente del régimen. Y es que el poder es más total y más fascinante cuanto más arbitrario y más injusto. Cuánta más chusma es capaz de absorber y proteger.

Todo ello con dinero público y con la que está cayendo, que no se nos olvide…

      

       

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