THE OBJECTIVE
Melchor Miralles

El periodismo

No conocía a James Foley, pero no voy a olvidar jamás su rostro. El colega norteamericano llevaba secuestrado desde 2012 y los fanáticos asesinos del IS (Estado Islámico) le han cortado la cabeza a cuchillo.

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El periodismo

No conocía a James Foley, pero no voy a olvidar jamás su rostro. El colega norteamericano llevaba secuestrado desde 2012 y los fanáticos asesinos del IS (Estado Islámico) le han cortado la cabeza a cuchillo.

No conocía a James Foley, pero no voy a olvidar jamás su rostro. El colega norteamericano llevaba secuestrado desde 2012 y los fanáticos asesinos del IS (Estado Islámico) le han cortado la cabeza a cuchillo. Después se la han colocado sobre la panza para mostrar al mundo su capacidad de barbarie, de hacer el mal. Estremecen las imágenes del vídeo. El terrorista asesino, encapuchado, cobarde, armado de balas y con la daga en la mano. A Foley le colocaron un micro para, antes de asesinarle, forzarle a soltar una proclama ante la cámara. Y lo mataron. Santo cielo, que maldad. Que asco. Y que orgullo la dignidad de Foley, al que en dos años le habrían quitado ya hasta la capacidad de temer.
El periodismo bien entendido debiera servir entre otras cosas para hacer del mundo un lugar mejor. Uno se entrega a este oficio maravilloso, fascinante y canalla como solo podría entregarse a una cómplice del tuétano del alma por amor. Las situaciones de resolución incierta son siempre un estímulo para un buen reportero, y ya se sabe que muchas veces solo el deseo vence al miedo, y el valor es como el amor, necesita una esperanza que lo alimente, y para los buenos periodistas esa esperanza es la de ser capaz de dar una noticia, a ser posible antes que el resto de los colegas. Dijo bien Alberto Salcedo Ramos que la realidad es como una dama esquiva que se resiste a entregarse en los primeros encuentros, y por eso suele esconderse ante los ojos de los impacientes. Los reporteros de guerra tienen, además, la determinación de intentar cambiar el rumbo de las cosas acercando el drama a la mesa del comedor, a ver si despertamos. Pero el oficio, a veces,  te cuesta la vida. No es una broma.
La muerte de James Foley, una más de una larga lista que crece cada año, debiera servir para que los ciudadanos, los gobernantes, los empresarios de comunicación y los propios profesionales, todos, se tomen de una puta vez muy en serio este oficio. Es esencial para que los ciudadanos vivan en libertad. Para que podamos vivir en regímenes democráticos. El periodismo, a veces, le cuesta a algunos hasta la vida. No es una película. Es la cruda realidad. 

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