THE OBJECTIVE
José Carlos Llop

El presente es el futuro

«Quizá no llegar a lo que está por encima de nosotros nos tiña también la piel de una tonalidad verdosa y pensemos que sí, que el futuro ya está aquí y nosotros somos los marcianos que nos iban a visitar algún día»

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El presente es el futuro

U.S. Army/Master Sgt. Alex Burnett | Reuters

Ernst Jünger se lamentaba de la pérdida del caballo en las guerras a partir de la Primera Guerra Mundial. ‘Ha sido la última, todo será diferente ahora’, dijo, aunque después, en 1940, desfilaría por la parisina rue de Rivoli montado a caballo al frente de su compañía. En la guerra o cazando coleópteros, siempre fue un dandi y su lamento encerraba la desaparición de conceptos como el honor, la caballerosidad, el mantenimiento de las reglas de juego y todas esas cosas asociadas al modo prusiano de entender no tanto la guerra como los códigos de conducta de la oficialidad. Lo digo así porque en la guerra –incluso cuando se hacía a caballo– lo que lamentaba Jünger no abundaba, ni ha abundado nunca. Pero las mutaciones son muchas y el único caballo que recordamos los de mi generación es el que corría, éste sí abundante, durante la guerra de Vietnam. O sea, la heroína.

Con caballo o sin caballo, la invasión soviética de Afganistán fue parecida a Vietnam. Apoyo a un régimen amigo frente a la peligrosa realidad talibán. Fracasó como fracasó Vietnam y en la retirada vimos cómo el último soldado soviético –un general llamado Grómov– saludaba a las tropas que cruzaban un puente fronterizo en dirección a la URSS y luego se subía al último tanque y adiós. Era una imagen de coloración clásica y su ritual, el de toda la vida en las derrotas bélicas: el saludo del superior a quienes han combatido bajo su mando. Atrás queda la herencia de los horrores de la guerra, haya, repito, o no caballos.

El abandono de Afganistán por parte de las fuerzas aliadas occidentales, con USA a la cabeza, también ha tenido un eco de Vietnam, con los helicópteros sobrevolando la terraza de la embajada norteamericana mientras los vietnamitas intentaban subirse a uno y escapar de lo que les esperaba. En vez de embajada, aeropuerto, y lo demás lo hemos visto todos. Incluso los que nada vieron de Vietnam por edad, lo han visto. También la salida del último soldado norteamericano, otro general llamado Donahue. Solo, con el fusil en la mano derecha y el casco con los visores retirados, a punto de subirse al avión desde donde le hacían la foto. Una foto nocturna con rayos infrarrojos que tiñen de verde la imagen del general y le dan un aire no de soldado que escapa de la debacle, sino de ser de una civilización superior que ha dejado de interesarle el mundo de los antiguos y lo abandona tranquilamente.

De golpe, al ver esa foto nocturna y en verde, la retirada soviética de Afganistán ha pasado a ser un pasaje de las guerras coloniales del siglo XIX. Hablo de estética, una salida para no hablar del desastre. Pero también de marcianos, que es lo que parece haber sido el papel de Occidente en ese país y que viene simbolizado en la luz verde que desprende la imagen del militar norteamericano. Y los marcianos, décadas atrás, eran el futuro. A todo lo ajeno al planeta Tierra se le tildaba de marciano, salvo a los locos, que eran terrestres pero se les llamaba lunáticos. Esa imagen verde es lo que han expulsado los talibanes de su tierra, donde juegan al polo con la piel de una cabra y ahora se visten algunos con los modernos uniformes y armamento que han dejado los norteamericanos detrás. Contra los rusos, les regalaron las armas o se las vendieron a bajo precio. Ahora son otra herencia del desastre. Entonces aprendieron a usar misiles tierra-aire, ahora son expertos en internet y en lavado de imagen. Forman, pues, parte de nuestro presente.

¿Y nosotros? ¿Nos vemos en ese verde fosforescente o ya estamos a otras, yo qué sé, el precio de la luz, las tormentas de fin de verano, o la última de Almodóvar? Quizá no llegar a lo que está por encima de nosotros nos tiña también la piel de una tonalidad verdosa y pensemos que sí, que el futuro ya está aquí y nosotros somos los marcianos que nos iban a visitar algún día. Pero como decía el poeta, una duda asalta: que nos estemos quedando en húmedos personajes de Lovecraft. Que también tiraban a verde, no montaban a caballo y venían de lo más atávico del pasado. Algo así como los talibanes reconvertidos en agencia de publicidad.

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