THE OBJECTIVE
Carlos Mayoral

El refugio de la memoria

«La memoria se mantiene intacta sobre esta tierra de altos llanos; de decrépitas ciudades, caminos sin mesones, y atónitos hombres sin danzas ni canciones, que diría otro maestro»

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El refugio de la memoria

Pablo Martín | EFE

Veo la llanura de la campiña de Segovia. A lo lejos, el pico que llaman Montón de Trigo. La meseta alta sobre los que desarrolló mi infancia se expanden una veintena de kilómetros hasta chocar con el muro de la sierra. Probablemente sean los único veinte kilómetros que no han cambiado desde que tengo uso de razón: siguen los campos infinitos de trigo y cebada, los girasoles dándole la espalda al sol, el mismo cielo azul sin manchas, siempre límpido, que permite ver toda estrella posible cuando cae la noche. Nadie ha construido nada que pueda apreciarse en la inmensidad de estos treinta años. Ninguna infraestructura nueva cruza esta porción de meseta, ningún otro color ni ninguna otra forma salpica estos campos. Nadie ha decidido que ese páramo sea un buen lugar para invertir en eso que se invierte ahora. Parece olvidado, y quizá por eso es el mismo de entonces, se mantiene vivo desde aquellos ya lejanos años noventa. Todos los paisajes han muerto, pero él sigue en pie.

Contaba Azorín en uno de sus cuentos que, en Castilla, el mismo viejo espera sentado en su piedra desde hace siglos. Creo entender ahora al maestro de Monóvar. La memoria se mantiene intacta sobre esta tierra de altos llanos; de decrépitas ciudades, caminos sin mesones, y atónitos hombres sin danzas ni canciones, que diría otro maestro. Nada turba esta larga planicie de atormentados místicos, de labriegos y caminantes. Seguirá férrea, incómoda, desagradable, alejada del bíblico jardín, de las maravillas que pueden verse al norte, de los prodigios que esperan al sur. Es como un paréntesis en los mapas y en el tiempo, el trozo de GPS que angustia a los viajeros, que nadie quieres cubrir. Porque esta monotonía no tiene nada de romántico si no se ha palpado lejanamente, si no se ha cruzado en la bicicleta BH sin marchas, si no se ha visto arada por tractores sin aire acondicionado, si no se ha glosado con palabras de abuelo, de hombres que se fueron y cuyos asientos siguen intactos.

Este juego de imágenes porfía con mi memoria. Mientras el Madrid de siempre no existe —al menos en lo que respecta al adverbio—, mientras la ciudad se transforma a cada minuto; este lugar permanece quieto. Mientras las playas de mi vida ven cómo se levantan edificios, mientras el hombre invade con tecnologías y avances los lugares que visito con periodicidad; esta llanura no se inmuta. Encuentra aquí descanso mi capacidad de evocación: amigos, costumbres, caminos, lenguajes y códigos, todo parece eterno. No me importa pensar en cómo será este lugar dentro unos años, quizá lustros o décadas. Siento que seguirá perteneciéndome, como dejará de pertenecerme la gran ciudad cuando no tenga la disposición suficiente para adaptarme a ella. Es por eso por lo que la memoria aquí se relaja: puede ser este el lugar que realmente le sirva como refugio. Por terminar también con Azorín: si vivir es ver volver, es aquí donde el arriba firmante vive, en uno u otro sentido, con mayor intensidad.

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