THE OBJECTIVE
Matias Costa

El retrato de Cornelius Gurlitt

De algún modo Gurlitt, al igual que los atormentados personajes de Sebald, vive encerrado en otra época, atrapado en sus cuadros, como Dorian Grey en su retrato, bajo el peso de una historia de la que no consigue escapar.

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El retrato de Cornelius Gurlitt

De algún modo Gurlitt, al igual que los atormentados personajes de Sebald, vive encerrado en otra época, atrapado en sus cuadros, como Dorian Grey en su retrato, bajo el peso de una historia de la que no consigue escapar.

En su novela Los Emigrados, un relato melancólico sobre la memoria y la pérdida, W.G. Sebald recrea la odisea de cuatro exiliados judíos cuyas vidas se vieron dramáticamente convulsionadas por el nazismo. Unos acontecimientos que nunca lograron dejar atrás. “Cada vez me doy más cuenta”, escribe Sebald, “de que ciertas cosas tienen como un don de regresar, inesperada e insospechadamente, a menudo tras un larguísimo período de ausencia”. La noticia de que Cornelius Gurlitt devolverá las obras de su colección que fueron robadas a judíos por los nazis ha provocado escepticismo entre quienes conocen bien esta historia y a su protagonista. Muchos dudan de que Gurlitt pueda cumplir su promesa, entre otros motivos porque dichas obras permanecen en una cámara acorazada del servicio bávaro de Aduanas, que descubrió el tesoro oculto del coleccionista en un registro de su domicilio particular, investigando una posible evasión fiscal. El anciano de 80 años almacenaba en su casa 1500 obras valoradas en 1000 millones de euros. Muchas de ellas fueron confiscadas o robadas por los nazis en los años 30 y 40 del siglo XX, yendo a parar a la colección de su padre, Hildebrant Gurlitt, que cumplía ordenes de Hitler para comprar y vender el denominado “arte degenerado” para financiar actividades nazis durante la II guerra mundial.

Lo que a mi me llama la atención de toda esta historia es la existencia de Cornelius Gurlitt, un hombre voluntariamente aislado del mundo, encerrado junto a sus cuadros con los que hablaba y consideraba sus amigos, su única compañía en su solitaria vida. “Sólo he querido vivir con mis cuadros”, confesaba en la única entrevista concedida tras el descubrimiento, un excelente relato de la periodista de Der Spiegel Özlem Gezer, en el que lamenta haberse quedado a vivir en Múnich, la ciudad en la que en 1920 Adolf Hitler funda el partido nazi, origen según él de todas sus desgracias.

De algún modo Gurlitt, al igual que los atormentados personajes de Sebald, vive encerrado en otra época, atrapado en sus cuadros, como Dorian Grey en su retrato, bajo el peso de una historia de la que no consigue escapar. Hacia el final de la guerra, en Dresde, sabiendo que los rusos no tardarían en llegar, cargó los cuadros junto a su padre para esconderlos. Ahora se consume frente al vacío enmarcado en las paredes blancas de su casa “Con los cuadros podría haber esperado a la muerte”, confiesa, “no hay nada en mi vida a lo que haya querido más que a mis cuadros”

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