THE OBJECTIVE
Jose Maria Inigo

El señor de rojo

Seguramente Botín – anda que vaya apellido para un banquero – ha sido una persona fría y dura en sus negocios; pero, al menos hoy, cesemos en nuestro rencor y dejemos que se enfrente en ese “más allᔠa su último examinador.

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Seguramente Botín – anda que vaya apellido para un banquero – ha sido una persona fría y dura en sus negocios; pero, al menos hoy, cesemos en nuestro rencor y dejemos que se enfrente en ese “más allᔠa su último examinador.

Ha muerto Emilio Botín, el banquero. La noticia ha corrido como la pólvora por las redes sociales, y el personal se ha despachado a gusto contra el del Santander. “Es la primera vez en su vida que Botín no llega a fin de mes” decía un Twitter repetido una y mil veces.

Y es que hay muchas ganas de revancha contra la banca y los banqueros. La crisis ha dejado muchos cadáveres en el camino y se respiran aires de venganza. Ha muerto el banquero número uno de España y posiblemente de Europa. “¿Qué creía que se lo iba a llevar todo con él cuando muriera?” reza otro Twitter multiplicado hasta el infinito en las redes sociales.

Un viejo amigo, banquero, hace ya muchos años, me lo solía decir de vez en cuando: ”Un banquero debe ser anónimo, no tiene que tener rostro, no es bueno aparecer en la prensa, no debe ser tu cara una diana para tus clientes”. Y seguramente tenía razón. No es lo mismo personalizar en una cara, en un nombre y unos apellidos, el odio por el trato de los bancos que visualizar un edificio anónimo y frío, un nombre o unas siglas. Pero ahora, gracias a los medios de comunicación que se nos meten hasta el último rincón de nuestro cerebro, conocemos perfectamente a los rostros de las noticias.

Seguramente Botín – anda que vaya apellido para un banquero – ha sido una persona fría y dura en sus negocios, que sus bancos se han mostrado y se muestran implacables, insensibles y hasta crueles, cuando tienen que ejecutar un crédito o un desahucio, y hasta es posible que en mayor o menos medida, sea culpable de más de una desgracia personal, avalada eso sí, por la ley. Pero al menos un día, hoy que ha muerto, cesemos en nuestro rencor hacia el poderoso banquero y si es creyente como parecía, dejemos que se enfrente en ese “más allá” a su último examinador ante el que tendrá que repasar cuentas y pagar por ellas. Seguro que dice “Señor, piedad que yo he creado 200.000 puestos de trabajo”.

Pues mira, también es verdad.

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