THE OBJECTIVE
Fernando Garcia Iglesias

El silencio del islam

Las exhalaciones rápidas de James Foley poco antes de ser decapitado por un cobarde hijo de puta. Son esos los sonidos que la muerte trae consigo en nombre del islam y de allah, así, en minúscula, porque no es Dios ni es nada, y no se merece el respeto de la gramática.

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El silencio del islam

Las exhalaciones rápidas de James Foley poco antes de ser decapitado por un cobarde hijo de puta. Son esos los sonidos que la muerte trae consigo en nombre del islam y de allah, así, en minúscula, porque no es Dios ni es nada, y no se merece el respeto de la gramática.

El llanto de las niñas secuestradas, violadas y asesinadas por Boko Haram en Chibok. El estallido del coche bomba en hora punta en el mercado de Maiduguri. El chasquido de la madera que sostiene los cuerpos recién crucificados en Raqqa. Los estruendos de las bombas de mortero lanzadas por Hamás desde escuelas en Gaza. El crujir de los huesos de la mujer apedreada hasta la muerte en Lahore. El ruido seco de la soga al tensarse, ahorcando homosexuales y disidentes en Teherán. El rugido de las ametralladoras en los fusilamientos masivos en Nínive. Las exhalaciones rápidas de James Foley poco antes de ser decapitado por un cobarde hijo de puta. Son esos los sonidos que la muerte trae consigo en nombre del islam y de allah, así, en minúscula, porque no es Dios ni es nada, y no se merece el respeto de la gramática.

Estos sonidos de muerte se propagan por el mundo ante un ya insoportable e inadmisible silencio de la comunidad musulmana. Durante muchos años, ellos —intelectuales, periodistas, vecinos o amigos, fieles de buen corazón a este credo— se han empeñado en decirnos que el islam es la religión de la paz. Pero esta es un frase que hace aguas a borbotones, que ya nadie se cree y que nadie toma en serio, porque ha perdido toda su verdad a base de atentados, violaciones y asesinatos incesantes. El silencio de la comunidad islámica internacional ante los crímenes de sus hermanos en la fe, en nombre de esa misma fe, tiene solo dos causas posibles: cobardía o aquiescencia. Nadie le pide al musulmán de Mosul o Nigeria, que ve con horror el exterminio de cristianos a mano de sus correligionarios, que sea un héroe y alce la voz, porque con toda seguridad será degollado, al igual que su familia. Pero a esos otros millones que viven en la libertad y el amparo que da la civilización occidental, el silencio y la inacción son a todas luces inaceptables. Que escriban, que salgan a las calles en repulsa a tanta muerte, que muestren su indignación en los medios de comunicación y en las plazas públicas, ante las mezquitas de los imanes radicales. Solo así irán lavando, poco a poco, la sangre que embadurna y va pudriendo su fe.

 

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