THE OBJECTIVE
Gemma Bargues

El sol es para la plebe

Vale que de los chinos podemos esperarnos cualquier cosa, son chinos. Comen algas, pescado crudo y escriben raro. Ahora bien, lo de plantarse un pasamontañas de nailon en la cara para mantener intacta la palidez como canon de belleza, eso ya no.

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El sol es para la plebe

Vale que de los chinos podemos esperarnos cualquier cosa, son chinos. Comen algas, pescado crudo y escriben raro. Ahora bien, lo de plantarse un pasamontañas de nailon en la cara para mantener intacta la palidez como canon de belleza, eso ya no.

Vale que de los chinos podemos esperarnos cualquier cosa, son chinos. Comen algas, pescado crudo y escriben raro. Y es que todo lo que salga de ellos, a nosotros los occidentales -los normales, vaya- nos parece surrealista, excéntrico o, simplemente, ridículo. Aceptamos lo de las algas –con el asco que nos da si una de ellas nos roza el dedo meñique del pie en la playa-; ahora bien, lo de plantarse un pasamontañas de nailon en la cara para mantener intacta la palidez como canon de belleza, eso ya no.

Llamadme rara, pero no llego a comprender cómo mientras en una parte del mundo, en concreto en algunas playas de los Ángeles, celebraban hace unos meses la legalización del topless, en la otra se extiende la moda de cubrir los cuerpos de la considerada clase alta oriental, porque una tez morena es sinónimo de pobreza.  

Y mientras las unas se descorchan y las otras se encapuchan, aquí en las costas ‘made in Spain’, no sabemos muy bien por dónde tirar: ¿bikini, trikini, bañador, brasileña, tanga, topless…? Depende de la edad, claro, y de lo “agradable a la vista” que resulte una. 

La hipócrita moda mediática, que nos dice hasta qué punto un michelín es o no digno de asomar. Pero el Facekini, por muy aristócrata que sea su uso entre las mujeres orientales, por ahí no paso. Y no ya por su dudoso gusto estético -combinado con un neopreno ya es el súmmum de lo hortera- sino porque atenta al sentido común de la belleza natural de hoy en día, sin pieles abrasadas propias de la plebe, ni tampoco translúcidas propias de una vida de palacio. ¿En qué siglo vivimos?

El día que me encuentre a una mujer -será china, supongo- luciendo un Facekini en una playa, ese día me lanzo a los tiburones o, mejor aún, me rebozo entre un matojo de algas, de esas que se acumulan en la orilla. Estoy muy loca.   

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