THE OBJECTIVE
Paco Segarra

El sufrimiento infinito de Dios

En el pueblo de Dalori, los demonios de Boko Haram -esos Nazgûl del continente negro- queman vivos a los niños y a las familias y siembran a su paso un terror denso, hediondo y espectral. Hay quien dice que están al servicio de algún adorador supranacional de Mammón, yo no lo sé. Aunque puedo intuir que la barbarie es semejante a la que describe Shusaku Endo en su novela «Silencio», sobre los mártires «kakure kirishitan», los cristianos ocultos tras la derrota de la rebelión de Shimabara, en 1637.

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El sufrimiento infinito de Dios

En el pueblo de Dalori, los demonios de Boko Haram -esos Nazgûl del continente negro- queman vivos a los niños y a las familias y siembran a su paso un terror denso, hediondo y espectral. Hay quien dice que están al servicio de algún adorador supranacional de Mammón, yo no lo sé. Aunque puedo intuir que la barbarie es semejante a la que describe Shusaku Endo en su novela «Silencio», sobre los mártires «kakure kirishitan», los cristianos ocultos tras la derrota de la rebelión de Shimabara, en 1637.

Los tormentos atroces a los que eran sometidos si no pisoteaban el «fumie», la imagen de Cristo, incluían ser colgados boca abajo hasta desangrarse lentamente. Hacían que los padres vieran el tormento de los hijos, y viceversa. No les contaré el final. Y tampoco les recomiendo que la lean si tienen el estómago delicado y el corazón sensible y la conciencia intranquila.

La novela de Endo pretende explicar lo inexplicable: el silencio de Dios ante el sufrimiento humano. La permisión de Dios del sufrimiento humano. Y no se conforma con la versión del «Dios que sufre con nosotros y por nosotros». Endo va más allá. Y uno deduce que el dolor insoportable que puede llevar a un padre a la apostasía para aliviar el tormento de su hijo o de su mujer es tan digno de misericordia como el dolor del padre que permite el sufrimiento del hijo o de la mujer y no cede. Porque solo cuando no cede está venciendo a la muerte del hijo, de la mujer y a la suya propia. Solo cuando no cede, salva y vive. Pero si ese padre es Dios, ese dolor es infinito. Como infinita fue la ofensa e infinita la salvación que El nos ganó.

Dios no bajó del patíbulo. Judas, sí. Y también murió. Solo la muerte del Primero salvó al segundo de la segunda y definitiva muerte. Alguien hablará, y ya lo ha hecho, sobre la muerte como único aval para la posteridad, para la fama y para el ser: sí, ser plenamente al morir. Y apelará a la mitología. Pero, como he repetido mil veces, el mito se hizo realidad real -a ver si lo pillan- en Cristo. C.S. Lewis lo vio claro, ya saben.

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