THE OBJECTIVE
Jordi Bernal

El tempranero Marsé

Hace unos días el periodista Juan Cruz llamó a unos conocidos artistas catalanes y les preguntó por la cosa esa del Procés. Todos estaban en contra con sus matices a cuestas en un reportaje que publicó El País. Curiosamente, salieron analistas criticando que los que hablaban lo hacían tarde e incluso mal. Coincidían, cosas del oasis, el maestro Arcadi Espada y el director de la edición local de El Mundo, Àlex Salmon.

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El tempranero Marsé

Hace unos días el periodista Juan Cruz llamó a unos conocidos artistas catalanes y les preguntó por la cosa esa del Procés. Todos estaban en contra con sus matices a cuestas en un reportaje que publicó El País. Curiosamente, salieron analistas criticando que los que hablaban lo hacían tarde e incluso mal. Coincidían, cosas del oasis, el maestro Arcadi Espada y el director de la edición local de El Mundo, Àlex Salmon. Como siempre sagaz e inteligente, Arcadi destacaba el “a mí no me confundan” vía anécdota de un traductor de Kavafis que cuenta en sus voluminosos escritos autobiográficos Andrés Trapiello. Menos letraherido pero igualmente crítico, Salmon denunciaba en los mismos papeles que a los requeridos en el reportaje de Cruz no se les había oído hablar hasta entonces.

Me causó cierta perplejidad la osadía periodística. Entiendo, sin compartirlas, las tesis de Arcadi. Pero me asombran, por deberse a la desinformación o la desidia, las afirmaciones de Salmon. Marsé no llega tarde. Hace años que ha criticado, tanto desde su obra literaria como en manifiestos y entrevistas, el nacionalismo en su acepción catalana. De hecho, su retrato en la revista “Por Favor” de Jordi Pujol es inmisericordemente premonitoria. Sí, claro, es un tipo que va por libre y se mantiene en los márgenes, así que el nacionalismo español le produce igual repugnancia. También diremos a su favor que siendo catalanoparlante y de familia autóctona siempre ha firmado Juan y no Joan, y nunca le cayeron vocales ni cambió el rumbo de la tilde en su nombre de pila.

Decía el director de la edición catalana de El Mundo que sólo Azúa y Francesc de Carreras habían sido críticos con el nacionalismo catalán, vía Babel, en años que los escritores de izquierda vivían supuestamente en una hamaca solazosa. Venga. Tengo prisa pero ahí van unos cuantos ejemplos desmintiendo patrañas:

Josep Ramoneda en El País, cuando todavía no comulgaba (o sí), describiendo un manifiesto sobre el bilingüismo firmado por Marsé:
“El manifiesto sustentaba que después de catorce años de vigencia de la Ley de normalización lingüística de 1983 se podía decir que la situación de excepcionalidad había sido superada «y el catalán ha entrado en una fase de normalidad». El documento establecía el bilingüismo como objetivo. Reconocía el carácter de lengua propia que el Estatuto de Cataluña da al catalán, como elemento que la diferencia de otras comunidades, sin que por ello el castellano sea «una lengua impropia o jurídicamente subalterna» y establecía como objetivo educativo que «al final de los estudios obligatorios los alumnos utilicen normalmente y correctamente tanto el catalán como el castellano» sin que en ningún caso los alumnos «sean separados», en la escuela o en los institutos, «por razón de lengua».

El Cultural, 6 de diciembre de 2013:
“Derecho a decidir que me jodan» -A mí no me embarga ninguna emoción o sentimiento identitario, no me enorgullece ni me conmociona el hecho de haber nacido español o catalán en vez de chino o portugués o esquimal. Me da igual. No creo que sea una buena idea que Cataluña se independice de España, entre otras cosas porque la patria que me están preparando tanto los nacionalistas de CiU como de ERC no me gusta nada. Esta gente no es de fiar. Me siento robado y engañado tanto por los poderes de Madrid como por los poderes de Barcelona, de modo que el famoso derecho a decidir para mí no significa más que esto: derecho a decidir que me jodan unos u otros. Qué más da”.

El Cultural, 14 de noviembre de 2013:
“…sobre Oriol Junqueras y su llorosa cabezonería identitaria, sobre TV-3 y su desvergüenza informativa, sobre el caricato portavoz de CIU Francesc Homs y su titiritera gesticulación vendiendo humo, sobre Rajoy y su insostenible tancredismo, sobre el corrupto ex president Jordi Pujol por envolverse en la senyera y mearse en ella, sobre el nacionalismo español que aspira a ser imperial y el nacionalismo catalán que aspira a ser provinciano, sobre los jerarcas de la cavernícola Iglesia católica española, etc. No habría papel para tantos aviones sobre tantos políticos, juristas y clérigos hipócritas, ineptos, incultos y corruptos, o simplemente bobos”.

El Periódico, 23 de noviembre de 2014:
«Opino que el escritor debe dejar clara su independencia de criterio [en sus obras], sea cual sea su fe o su ideología política. Yo no soy nacionalista, en primer lugar porque no comparto la emoción identitaria y sentimental de tantas personas que lo son por el hecho de haber nacido aquí o allá, y en segundo lugar porque no tengo razones para pensar que en una Cataluña independiente los gobernantes, a juzgar por los que ahora tenemos, los que nos proponen el cambio, serán menos corruptos, menos ineptos y menos estúpidos que los de España, es decir, sé que me van a joder tanto unos como otros, porque esto es lo que hay».

ABC, 11 de junio de 2016:
“Al nacionalismo catalán hoy le resulta incómodo, incomprensible y ajeno todo lo que no se refiera directa o indirectamente al «procés». Nos gobierna un delirio nacional que esconde un afán de rapiña, como ya demostró el clan Pujol».
Etcétera, etcétera.
Y para acabar una declaración de principios para despistados:
“No me fío de los nacionalismos ni de sus banderas, no me fío de los himnos, ni de la historia oficial, ni de sus monumentos, ni de su mística patriotera; me parecen formas larvadas de racismo, petulancia y desdicha. En su nombre se dicen sandeces, cuando no se cometen atrocidades”.

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