THE OBJECTIVE
Miguel Aranguren

El túnel

Me conmovió escuchar el relato del hijo de Pablo Escobar, el rey Midas de la coca. A su mirada de niño, su padre era un santo con antojos de zoólogo.

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Me conmovió escuchar el relato del hijo de Pablo Escobar, el rey Midas de la coca. A su mirada de niño, su padre era un santo con antojos de zoólogo.

Uno se fía de la policía y de la justicia mexicana lo mismo que del discurso de una gitana que asegura ver la buenaventuras en las líneas de tu mano. Y lo siento, queridísimos mexicanos, queridísimos gitanos, por esta generalización, pero hay presos que tienen su fuga cantada a ritmo de corrido, esa candencia que convirtió a los pistoleros revolucionarios en héroes de cananas, bigote y sombrero de ala ancha, y que ahora eleva a los altares de la leyenda popular a los capos de la droga, auténticos demonios que se benefician de las densas redes de la corrupción para dictar la muerte de sus enemigos –los capos y los matones de la competencia- y de todo aquel que se atreva a toserles –un jefe militar, la madre de un correo o cualquier otro desgraciado-.

Me conmovió escuchar el relato del hijo de Pablo Escobar, el rey Midas de la coca. A su mirada de niño, su padre era un santo con antojos de zoólogo. No me extrañaré si alguna vez nos confirman que los leones que tenía en su hacienda, masticaron hasta los huesos a alguna persona de su corte que cayó en desgracia. ¿Cuestión de pérdida de confianza? Supongo.
Así es el juego, amigos, en el que un túnel ayuda a forjar el mito del Chapo Guzmán, un hombre que se atreve a desafiar al sistema para repartir pesos entre los desheredados, billetes manchados con la sangre de aquellos a los que la industria de la droga –en cada una de sus ramas- se lleva por delante.

Como aquellos que tenemos más de cuarenta años hemos conocido los estragos que causa el consumo de estupefacientes (delitos de todo caché, venganzas, cárcel, sida, muerte…), cada vez que me topo con un imberbe que juega a mayor mientras se lía un porro, o a un Peter Pan que completa sus fiestas con unas rayitas de coca, ganas me dan de comprarles un billete a Sinaloa o a Chihuahua, para que contemplen con horror cómo cuelgan de los puentes los cuerpos decapitados que han facilitado su amable ratito de pretendida gloria. Porque si en un lado del túnel está la frivolidad, en el otro se encuentra la sordidez de una bala en el cráneo.

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