THE OBJECTIVE
David Martínez

El último de Ferraz

Nada une más que el pegamento del poder, como tampoco existe mayor catalizador de enfrentamientos que las travesías en los desiertos de la oposición. El PSOE de Pedro Sánchez, hundido en su suelo electoral a todos los niveles, se ha convertido en un esperpento nacional. Hay quien quiere ver en el cisma socialista el deterioro del régimen que este partido ayudó a crear, pero en realidad no es más que un grotesco reflejo del desplome de la socialdemocracia europea, al que España aporta un episodio guerracivilista de lo más acorde con su tradición cainita. Las batallas en el seno del socialismo son tan antiguas como sus siglas (del enfrentamiento Prieto-Largo Caballero al Guerra-González), pero desde el regreso de la democracia no se recuerda disputa tan hostil, zafia y desvergonzada.

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El último de Ferraz

Nada une más que el pegamento del poder, como tampoco existe mayor catalizador de enfrentamientos que las travesías en los desiertos de la oposición. El PSOE de Pedro Sánchez, hundido en su suelo electoral a todos los niveles, se ha convertido en un esperpento nacional. Hay quien quiere ver en el cisma socialista el deterioro del régimen que este partido ayudó a crear, pero en realidad no es más que un grotesco reflejo del desplome de la socialdemocracia europea, al que España aporta un episodio guerracivilista de lo más acorde con su tradición cainita. Las batallas en el seno del socialismo son tan antiguas como sus siglas (del enfrentamiento Prieto-Largo Caballero al Guerra-González), pero desde el regreso de la democracia no se recuerda disputa tan hostil, zafia y desvergonzada.

Los contendientes han bajado al barro y ya les da igual que sus navajazos se trasmitan en directo, anulen cualquier posibilidad de contener la caída electoral a corto plazo o insuflen energías a esos adversarios que afectan tanta pesadumbre por el golpe intentado contra Sánchez como vigor exhibieron al defender el ‘no’ a su candidatura a La Moncloa. Hace solo seis meses.

Los fieles al secretario general se hacen fuertes en el búnker de Ferraz para resistir el fuego amigo que los asedia, como los últimos de Filipinas se blindaron en la aldea de Baler, y uno no puede dejar de percibir un punto de quijotesca vesania en su comportamiento. Pretenden vender que son ellos contra el mundo, los paladines del aperturismo orgánico frente a los burócratas alérgicos a la militancia, los firmes resistentes a los ataques del sistema ante los vendidos y desideologizados patronos del poder territorial. La dicotomía es tan burda y falaz que sonroja a cualquiera que ponga cierta distancia ante los acontecimientos. No lo hará nadie de los que rodea al que pretende ser el último de Ferraz, claro, porque sus estipendios dependen precisamente de que él siga ahí. Y entonces uno cae en la cuenta de que todo esto no es más que una manifestación del más humano de los instintos: la lucha por la supervivencia.

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