THE OBJECTIVE
Fernando Garcia Iglesias

El valor del arte

El vértigo de las cifras, el asombro ante las largas filas de ceros en los cheques de las billeteras de los riquísimos, noche tras noche, en las subastas en Christie’s y Sotheby’s.

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El valor del arte

El vértigo de las cifras, el asombro ante las largas filas de ceros en los cheques de las billeteras de los riquísimos, noche tras noche, en las subastas en Christie’s y Sotheby’s.

El vértigo de las cifras, el asombro ante las largas filas de ceros en los cheques de las billeteras de los riquísimos, noche tras noche, en las subastas en Christie’s y Sotheby’s. Como en el mercado futbolístico, la obscenidad de las cantidades pagadas nos hacen sacudir la cabeza, con un sentimiento entre el estupor y el hastío. Alguien ha pagado ciento setenta y nueve millones de dólares por ‘Les Femmes d’Alger’ de Picasso, 179.400.000 dolares, para ser exactos. Un cuadro que forma parte de una serie de quince, que el pintor español hizo inspirándose en su admirado Eugene Delacroix, y que, francamente, no parece de lo más admirable de su producción artística.

El valor comercial del arte ha usurpado su valor espiritual. El mérito estético, el poder cognitivo, la fuerza emotiva y el valor moral del arte han sido vencidos por el precio de la transacción. La calidad artística de una pintura, su importancia histórica, el puesto en el canon, ha sucumbido a la supremacía del dinero. La labor de los críticos de arte, antaño encomiable, descifrando los entresijos de las pinturas y esculturas, las pinceladas precisas, la importancia de este u otro color, la luz y las sombras, el contexto en el que fueron creadas, guiándonos entre los laberintos de los simbolismos y el bagaje del pasado, se ha transformado en poco más que una asesoría económica de los millonarios inversores. Atrás quedan John Ruskin o Roger Fry.

Alejados del pavoneo grotesco y extravagante de las subastas exclusivas, muchos seguimos buscando ese valor intrínseco en el arte. Por eso nos gusta adentrarnos en los museos a admirar esas obras maestras que nos conmueven con una belleza que se entrega, se aparece, que brilla sin ser buscada, pero también en esas pequeñas galerías, que son como guaridas escondidas, donde los pequeños artistas venden sus tesoros pulidos y cuidados, no en busca de la loa de los críticos, sino para pagarse sus estudios o los plazos de la hipoteca.

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