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Javier Quero

El virus de la estupidez

Nacer en África y fallecer prematuramente es una sucesión cotidiana de hechos incapaz de conmovernos. Sin embargo, tener al contagiado en casa saca a la luz la verdadera dimensión de lo que somos.

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El virus de la estupidez

Nacer en África y fallecer prematuramente es una sucesión cotidiana de hechos incapaz de conmovernos. Sin embargo, tener al contagiado en casa saca a la luz la verdadera dimensión de lo que somos.

La estupidez humana es como el Universo, está en continua expansión. Ha quedado patente, una vez más, con la barahúnda alrededor de la sanitaria infectada por el ébola. La temible enfermedad apenas nos preocupaba cuando los miles de muertos quedaban a miles de kilómetros. Nacer en África y fallecer prematuramente es una sucesión cotidiana de hechos incapaz de conmovernos. Sin embargo, tener al contagiado en casa saca a la luz la verdadera dimensión de lo que somos.

De inmediato, se disciernen los bandos. Los que piden calma son paniaguados del Gobierno. Los que desconfían del Gobierno son unos sectarios. Los que dudan de la praxis de la enfermera, unos desalmados. Los que relativizan el sacrificio del perro, unos bárbaros. El hada Ada revela que el PP se ha propuesto aniquilar a la población. El consejero añade juicios de su cosecha que siembran indignación. Los colegios recelan de los hijos del personal sanitario. La oposición reclama dimisiones. El Ministerio no admite reclamaciones. Los sindicatos reivindican los derechos de los trabajadores. Los trabajadores dejan de trabajar por derecho… Y cacarean los tertulianos que reparten sus huevos en las cestas de los medios montando el pollo.

Mientras, Whats App alberga a partes iguales chistes macabros e infundios, e Internet supura morralla. En la propagación de la estupidez las redes sociales devienen autopistas sin límite de velocidad ni prudencia. Cualquier memez lanzada en la corrala digital llega antes y más lejos que el más importante de los comunicados oficiales. Es ahí donde a la verdad la dan por bulo y el rumor corre a sus anchas. Pero las redes son sólo el medio inocuo para un fin inicuo. Lo que hay detrás somos nosotros, una sociedad víctima del peor virus, el de la estupidez, cuyo principal síntoma consiste en creer que todos sabemos de todo.

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