THE OBJECTIVE
Paco Segarra

El virus del miedo

No se trata, pues, de una histeria sino de una historia estúpida más o menos bien urdida para desgastar al gobierno del PP. En las redes sociales se llega, incluso, a pedir la dimisión de la ministra Ana Mato.

Opinión
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No se trata, pues, de una histeria sino de una historia estúpida más o menos bien urdida para desgastar al gobierno del PP. En las redes sociales se llega, incluso, a pedir la dimisión de la ministra Ana Mato.

La izquierda -los rojos, en tiempos más heroicos- ha vuelto a montar una campaña de «agit prop» como la del «Prestige» con la excusa de una presunta infectada con el virus Ébola. Es un virus que solo se contagia a través del contacto directo con la sangre o fluidos corporales de una persona o de un animal enfermo o muerto por esta causa. No se contrae por el aire, ni por el agua, ni por la comida. Es un virus que mata muy poco en comparación con otras enfermedades. Ustedes ya saben que, por ejemplo, la malaria envía al otro barrio a más de medio millón de almas africanas cada año. Y en España, la gripe de todos los inviernos liquida a unas cuatro mil personas. 

No se trata, pues, de una histeria sino de una historia estúpida más o menos bien urdida para desgastar al gobierno del PP. En las redes sociales se llega, incluso, a pedir la dimisión de la ministra Ana Mato con la excusa de que la tal infectada «pone en riesgo la salud de todos los ciudadanos europeos». Son disparates publicitarios que utilizan el miedo como arma arrojadiza.

Los rojos de hoy se dedican a las guerras de propaganda con mucho empeño y muy poco sentido del ridículo que están haciendo. En las trincheras de las sierras de Pandols y Cavalls, en aquel verano de sangre del 38, los muchachos de las brigadas de Líster, Modesto o Tagüeña -por citar solo a jefes comunistas competentes- no salían corriendo asustados por el tifus, los piojos o la disentería. Y tampoco salían corriendo cuando subían, caladas las bayonetas, los «red berets»: esos requetés navarros y catalanes que imponían respeto a tipos tan bregados como mi amigo Joseph «Joe» Szabo, un comunista yanqui que luchó en el Jarama y en el Ebro y luego se fue a la Unión Soviética y siguió pegando tiros contra el fascismo. Era francotirador.

-Chico, los «boinas rojas» eran demasiado valientes. Más de una vez apunté hacia otro lado para no matar a uno de aquellos chavales que se exponían tanto.

Decirle a Joe Szabo, o a Líster, que sus sucesores en el rojerío temblarían como flanes de jalea ante un virus, hubiera hecho que desenfundaran la Walter y, más de uno, entonces sí, hubiera ensuciado los pantalones. O tempora…

Post Scriptum: Mi sobrina Beatriz y su marido Guillermo, cooperantes católicos, regresan a Africa, a la isla de Ibo en Mozambique, la semana que viene. Estarán más cerca del virus que cualquiera de nosotros y, como buenos españoles, no tienen miedo. Si enferman, a lo mejor la izquierda cagona dice que se queden allí, por favor, que no los repatríen. Para la izquierda, ya se sabe, los católicos no somos seres humanos. Claro. O sea.

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