THE OBJECTIVE
Daniel Ramirez Garcia-Mina

En algún lugar

Porque ellos estaban seguros de que ese lirismo existe en cualquier sitio. Hoy, con el sol todavía acostado, un saxofonista toca sentado en un banco, en el Paseo del Prado, en una especie de naturaleza silenciosa envuelta en una carretera llena de coches intrépidos.

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Porque ellos estaban seguros de que ese lirismo existe en cualquier sitio. Hoy, con el sol todavía acostado, un saxofonista toca sentado en un banco, en el Paseo del Prado, en una especie de naturaleza silenciosa envuelta en una carretera llena de coches intrépidos.

El otro día contó Sabina que se cruzó con Bob Dylan y no le saludó. También pudo charlar con Leonard Cohen y no lo hizo. Es de pueblo, explicaba, y le dio vergüenza. Lo mismo le pasó cuando llegó a Madrid. “Las mujeres eran demasiado guapas, los edificios demasiado altos, y el whisky demasiado caro”. Pero es maravilloso. Esa sensación de un aldeano que llega a una gran ciudad –describía– está dotada de un lirismo innato, de algo que no puede tener aquel que haya nacido entre los rascacielos. Así lo contaba Sabina, con el argumento incuestionable de sus canciones, de sus 19 días y 500 noches, de sus días de vino y rosas, de sus letras llenas de vida.

Gran idea la que trasladaba Sabina a los telespectadores desde aquel chéster. Un experimento sencillo de intentar, quizá difícil de llevar a buen puerto. Abrir los ojos, intentar ver qué es lo que uno tiene delante de la nariz, y contarlo. Como hicieron Chaves Nogales, George Orwell y otros tantos, viendo en la cotidianidad pequeños héroes y villanos, diminutas victorias y derrotas.

Porque ellos estaban seguros de que ese lirismo existe en cualquier sitio. Hoy, con el sol todavía acostado, un saxofonista toca sentado en un banco, en el Paseo del Prado, en una especie de naturaleza silenciosa envuelta en una carretera llena de coches intrépidos. A su lado, su perro –sentado y obediente– mira fijamente cómo su dueño teclea y sopla al compás de una melodía tenue, de madrugada. De vez en cuando aúlla como si fuera un lobo. Al lado, a unos metros, un quiosco acoge a los primeros compradores de periódicos, que siguen confiando en esos dos metros cuadrados llenos de olor a papel y prensa, que acuden cada mañana a esa pequeña ventana al mundo, a esa caseta llena de historias.

La melodía del saxofonista sigue sonando y acompaña al reguero de personas que vienen y van, que se acercan al quiosco. Ojalá pasara Sabina y lo contase, como ha hecho en tantas otras ocasiones. Ojalá llegará Chaves, con su libreta inquieta y su irónica pluma. Tal vez, Orwell. Quizá sea una historia que un día cuente alguien en algún lugar.

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