THE OBJECTIVE
Ignacio Vidal-Folch

En el altar del Espíritu del Tiempo

Hay por lo menos dos realidades paralelas, dos mundos que están en éste.

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En el altar del Espíritu del Tiempo

Hay por lo menos dos realidades paralelas, dos mundos que están en éste. Está la realidad de la subcultura popular y pornográfica de la que se amamantan las generaciones, en la que están inmersos varias horas al día: la pornografía y el cinismo de la política; la pornografía y su propio cinismo; el cinismo de la industria del entretenimiento, la brutalidad del sistema laboral; y está la otra realidad, la de la corrección política y de la civilidad y los buenos sentimientos, contradictoria con aquella e incluso opuesta. En el inconsciente colectivo de los estratos sociales menos domesticados por la cultura refinada residen fantasías sobre sexo improvisado salvaje e impromptu con el primer “objeto carnal” más o menos despistado que pase por ahí y se deje echar el lazo. Pero también está, como decíamos, el imperativo categórico y civilizado de que hay que respetar al débil, más aún si es una mujer desvalida, con la voluntad debilitada por la ingesta de tóxicos.

Esos cinco jóvenes de “La Manada” que han sido ahora juzgados por supuestamente violar en grupo en el interior de una portería a una chica borracha que se encontraron por la calle en los Sanfermines hubieran podido ahorrarse la comparecencia ante el tribunal, ya que, sean culpables, o inocentes al ciento por cien o mitad y mitad o mitad y tres cuartos, ya han sido condenados por el zeitgeist, el espíritu del tiempo, y por una multitud de “virtuosos” –manifestación en turba de ese zeitgeist, encarnación del zeitgeist–  que han estado presionando al juez con escandalizados artículos en la prensa, manifestaciones ante el juzgado y mensajes en las redes sociales para asegurarse de que a los animales de la Manada le cae un castigo ejemplar. Para esa turba el juicio es innecesario, se podía haber pasado directamente a la condena. No sé si hay juez que tenga valor para desafiar a la opinión pública y no condenar a los cinco acusados a perder media vida enjaulados. Vae victis.

Simultáneamente, todos esos famosísimos actores y productores cinematográficos poderosísimos de EEUU que después de décadas de impunidad ahora están siendo linchados por propasarse, abusar de su poder en la “fábrica de sueños” para obtener favores sexuales de las actrices, o directamente violarlas (a alguna, incluso, dos veces: desprevenida que es una), en vano se revolverán en busca de excusas, explicaciones, justificaciones o atenuantes basados precisamente en “el espíritu del tiempo”, del tiempo pasado en el que todo el mundo hacía lo que ellos mismos, precisamente esas prácticas de las que se les acusa y por las que se les persigue. Y por no haberse dado cuenta a tiempo de que ese zeitgeist estaba cambiando, su carrera está acabada y más les vale ir pensando en encontrar un empleo en el que no tengan que mostrar la cara al público.

Inocentes y culpables, todo el que se pase, ya sea diez pueblos ya sea un solo pelo, pagará por años y siglos de supremacía abusiva del varón sobre la hembra, la cual ahora se toma la revancha tan demorada. Aquí es significativo el mensaje de Uma Thurman que después de años de silencio ahora le dice a Harvey Weinstein: “me alegro de que sea lenta (se entiende: tu agonía), no te mereces una bala.” En esta atmósfera, cargada, además, de impotente indignación por las noticias diarias sobre violencia doméstica, uxoricidios, machismo, etcétera, sería inútil intentar separar el grano de la paja.

A mí a lo mejor “me provocaría”, como dicen en Colombia, argumentar, en defensa de los acusados de los Sanfermines, que el Estado que va a hacer caer sobre ellos el rigor de la ley y un castigo severo debería tomar en consideración que es él mismo, ese Estado, el que ha fracasado estrepitosamente en educarles en una civilidad minímamente ilustrada y estructurada al margen o en contra de la subcultura pornográfica o popular, al margen de un bombardeo permanente de incitaciones a la desenvuelta barbarie y el gang bang casual, y que esos cinco jóvenes, siendo presuntamente –presuntamente, le recuerdo a mis virtuosos colegas de los medios de comunicación y demás progresistas y feministas licenciados en Bondad por la universidad de Hipócrita— verdugos de la joven en aquella mañana borracha de los sanfermines, quizá también son -¡presuntamente!—parcialmente víctimas de una desatención cultural, moral, civil, mental.

Pero no lo haré, pues es inevitable y fatal que el péndulo que durante siglos ha oscilado tan violentamente hacia un extremo de su arco ahora haga el recorrido contrario también hacia el extremo; porque es absurdo quedarse en jarras cara al viento cuando sopla la marabunta; y porque en el fondo me importa un comino la suerte de todos los protagonistas de este acontecimiento sórdido, a los que considero, a todos por igual, corderos lechales en el altar sacrificial del zeitgeist.

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