THE OBJECTIVE
Fernando L. Quintela

Encantado de conocerte

Por fin te veo la cara ahora que parece que te van a desarmar. Encantado de conocerte. Ojalá la iniciativa de limitar tu poder no quede sólo reducida a tu presencia en Brasil.

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Encantado de conocerte

Por fin te veo la cara ahora que parece que te van a desarmar. Encantado de conocerte. Ojalá la iniciativa de limitar tu poder no quede sólo reducida a tu presencia en Brasil.

Por fin te veo la cara ahora que parece que te van a desarmar. Encantado de conocerte. Ojalá la iniciativa de limitar tu poder no quede sólo reducida a tu presencia en Brasil, donde 35 muertes como consecuencia de la versión más grave de la enfermedad que transmites perecen pocas, pero son un mar de vidas.

Ojalá no se quede ahí, porque el daño que haces en regiones sistemáticamente olvidadas es tremendo. Países, regiones, ciudades, pueblos, aldeas, en las que nadie conoce tu nombre, ni siquiera en su versión vulgar: “mosquito tigre”. Tan pequeño como el primero, tan bestia como el segundo.

Cuando aquel verano de 2003 me acostaba cada día sobre el colchón de paja que los misioneros javerianos me prestaron, lo hacía embadurnado en una loción repelente de personajes como tú; pero recuerdo una noche, no sé ya si fruto de mis sueños o como una versión delatora de lo que se convertiría en realidad, que en mi examen nocturno del interior de la minúscula tienda de campaña te vi posado sobre uno de mis brazos. No conocía tu apariencia pero es cierto que admiré tu dolorosa belleza, con esas rayas definitorias que dibujan tu lomo. Luego te aplasté.

Y llegó tu venganza. Pasé días desplomado, agotado, con una diarrea inagotable y con la sensación de desánimo que la falta de fuerza provoca. Me quedé blanco, más aún de lo que uno puede ser en medio de la región más austera y sufridora, Tonko Limba, dentro del país más pobre del mundo, Sierra Leona. Pero tenía que mantenerme fuerte en apariencia, no iba a ser yo un blanquito privilegiado que se ha dejado vencer por la picadura de un mosquito cuando el resto de mis contemporáneos en aquel pueblo sobreviven toda su vida con lo puesto, que es muy poco y a veces nada.

Regresé a España un mes después y ya medio repuesto alguien me dijo “estás amarillo”. En el hospital especializado en enfermedades infecciosas Carlos III de Madrid me lo confirmaron: ha pasado usted un dengue.

No quiero que te mueras ni que dejes de ser bello, pero deja que los demás sigan viviendo.

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