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Carme Barcelo

Erosionar la marca Barça

Escribo este artículo semanal y ya pienso en todo lo que le pasará al Barça antes del próximo. Los esotéricos atribuyen el rosario de desgracias a cierta conjunción astral. Los supersticiosos, a la mirada de un tuerto.

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Erosionar la marca Barça

Escribo este artículo semanal y ya pienso en todo lo que le pasará al Barça antes del próximo. Los esotéricos atribuyen el rosario de desgracias a cierta conjunción astral. Los supersticiosos, a la mirada de un tuerto.

Escribo este artículo semanal y ya pienso en todo lo que le pasará al Barça antes del próximo. Los esotéricos atribuyen el rosario de desgracias a cierta conjunción astral. Los supersticiosos, a la mirada de un tuerto. Y el Tata Martino, a una extraña concatenación de casualidades que convergen en un periodo determinado de tiempo. En el vestuario azulgrana, los jugadores ríen por no llorar. Mejor así. Bunkerizados y concentrados en no perder un sólo guerrero más en esta batalla en la que no sólo vale el juego del campo sino también el de las oficinas.

La exagerada sanción de la FIFA, que movió los cimientos de ese Camp Nou que los socios han decidido renovar, fue directo al corazón de muchos y a la ineptitud de algunos. Porque más allá de la desproporción del castigo está el error que puede haberse cometido y si es así, reconocerlo y aclarar lo sucedido. Con justicia. Al Barça le toca defenderse, llegar al TAS, pedir la suspensión cautelar de la sanción y moverse con habilidad en los despachos, algo que últimamente no se le da demasiado bien. No como a otros. Es curiosa la coincidencia de ciertos hechos. Un palco del Bernabeu con invitados ilustres del mundo de las leyes vinculados a las últimas pesadillas azulgranas. Una campaña a todo gas para resucitar -si es que algún día murió- al famoso e indemostrable «villarato». Una animadversión y contaminación insólita en lo deportivo y en lo institucional con una finalidad muy clara: erosionar la marca Barça. Y aquí es donde el club catalán debe mostrar su «seny» (su buen juicio) y dejar a un lado la «rauxa» (la locura).

 

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