THE OBJECTIVE
Pilar Marcos

Es la abstención, estúpido

Cuando era otro el Clinton que aspiraba a la Casa Blanca sin esperar siquiera a que otro Bush tuviera la tradicional oportunidad de un segundo mandato, se hizo célebre una frase que, según cuentan las crónicas, presidía los cuarteles de campaña del joven candidato demócrata. “Es la economía, estúpido”, esgrimió entonces Bill Clinton… y venció a George H. Bush. Tenía razón, y supo ser oportuno: a principios de los años 90, Estados Unidos sufría una grave crisis económica que afectaba incluso al sentimiento de confianza de ese gran país en su capacidad de liderazgo ante el mundo.

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Es la abstención, estúpido

Cuando era otro el Clinton que aspiraba a la Casa Blanca sin esperar siquiera a que otro Bush tuviera la tradicional oportunidad de un segundo mandato, se hizo célebre una frase que, según cuentan las crónicas, presidía los cuarteles de campaña del joven candidato demócrata. “Es la economía, estúpido”, esgrimió entonces Bill Clinton… y venció a George H. Bush. Tenía razón, y supo ser oportuno: a principios de los años 90, Estados Unidos sufría una grave crisis económica que afectaba incluso al sentimiento de confianza de ese gran país en su capacidad de liderazgo ante el mundo.

¿Cuál es el “…estúpido” que mueve las campañas electorales en cada momento? Los listos dirán que es un estúpido poliédrico, y tendrán razón. Pero la pregunta puede ser más concreta. Por ejemplo, ¿cuál es el “estúpido” que ha movido al líder de Podemos a olvidar en pocos meses a ese ficticio partido transversal de “los de abajo”, inspirado en “la socialdemocracia danesa”, que se burlaba de los “pitufos gruñones” de Izquierda Unida… y buscar ahora el liderazgo que quiso tener -y no pudo- el PCE de finales de los 70 en España? Tanto el maquillaje socialdemócrata con el que se adornó el 20-D como el puño en alto y botellín que exhibe para este 26-J se explican con el lema clintonita: “Es la abstención, estúpido”. Su “leninismo amable” tiene también en cuenta la Ley D´Hont, con el propósito de todo “catch all party” de no perder ningún voto con los restos de cada provincia.

Con los datos de participación del 20-D, los expertos han ratificado que buena parte de los votantes de Podemos venía de la abstención. ¡Claro! La simple observación de ese movimiento político permitía intuir que intentaban movilizar a un tradicional no-votante. Y en buena medida lo lograron. Pero una parte no menor de ese votante ocasional del 20-D tiene motivos para estar decepcionado del socialdemócrata ficticio con coleta real que ha expuesto hasta el hartazgo sus egotistas modos y maneras. Esos abstencionistas tendrían motivos para volver a abstenerse o, quizá, para preferir algún partido que -aunque no sea nuevo- exhiba menos agresividad.
Por eso Pablo Iglesias intenta de nuevo activar la abstención ¿Cuál? ¿La del 20-D u otra? De entrada, la de los potenciales votantes que las encuestas han atribuido estos meses a un Alberto Garzón en alza. Pero ésos podrían sumar menos que los votantes ocasionales de Podemos hastiados del circo del círculo. Pero ese menos puede ser más si atendemos a la aritmética de los restos con la Ley D´Hont. Y hay más restos en lo que queda de la sopa de letras de minúsculos partidos de izquierda antisistema que también está absorbiendo Podemos.

¿Dónde hay más abstencionistas? Los datos indican que debe de haber muchos entre los tradicionales votantes socialistas: en diciembre, su líder Sánchez tuvo el peor resultado de la historia del PSOE y no parece que en junio vaya a mejorar mucho. Pues ésa es la gran bolsa de abstención que Iglesias busca movilizar por la vía de presentarse como el único voto capaz de “echar al PP”, aunque sólo sea porque su voluntad es echarlo del sistema… antes o después de echar abajo el propio sistema.
Pero, ¿sólo se trata de echar al PP? Pues no. Ahí reside el gran error de Sánchez: ha basado su supervivencia en el PSOE durante los pocos meses de la fallida XI Legislatura en presentarse como el adalid para “echar al PP” sin tener los votos necesarios para lograrlo. Defender la expulsión del ganador de unas elecciones sin fuerza para hacerlo es una posición política incompatible con las reglas del juego democrático. Sánchez ha alimentado una expectativa que no podía cumplir y, por esa vía, se ha convertido en el principal valedor de su mayor enemigo: ha dado bazas y argumentos a quien en junio intentará ganarle la batalla por la hegemonía de la izquierda. Y lo hará con su abstención… estúpido.

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