THE OBJECTIVE
Víctor de la Serna

Es todo tan relativo...

La derecha, cínica; la izquierda, aún más cínica, porque su anticlericalismo feroz y su feminismo combatiente se diluyen en cuanto se toca al islam. El relativismo se lleva en las filas progresistas: hay que comprender que los derechos humanos no tienen que ser lo mismo en todas partes.

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Es todo tan relativo…

La derecha, cínica; la izquierda, aún más cínica, porque su anticlericalismo feroz y su feminismo combatiente se diluyen en cuanto se toca al islam. El relativismo se lleva en las filas progresistas: hay que comprender que los derechos humanos no tienen que ser lo mismo en todas partes.

No ha sido la historia más llamativa ni más importante de las que en las últimas horas han merecido una fotografía en The Objective la que contaba lo de «detenido por cortar el pelo a mujeres en una peluquería de hombres». Pero es de las que nos indignan a algunos. Otra historia, casi ininteligible para nosotros, de medievalismo siniestro en Arabia Saudí, el país donde las mujeres no pueden ni conducir un automóvil ni disfrutar de los mínimos derechos civiles que, fuera de las teocracias musulmanas, les están reconocidos desde los lejanísimos tiempos de las ‘suffragettes’ o de la gran Clara Campoamor. Y lo que me indigna más es cómo todos miran hacia otro lado.

La derecha, cínica, por eso tan yanqui (y, por su origen, tan progre) como lo que Franklin D. Roosevelt dijera hace 75 años del dictador Anastasio Somoza: «He may be a son of a bitch, but he’s our son of a bitch». Y la izquierda, aún más cínica, porque su anticlericalismo feroz y su feminismo combatiente se diluyen en cuanto se toca al islam. Bueno, zurrar a Marruecos y a Arabia molaría, pero eso llevaría a zurrar a Irán y a los integristas que ponen bombas al decadente Occidente, y eso no. El relativismo es lo que se lleva en las filas progresistas, hay que comprender que los derechos humanos no tienen que ser lo mismo en todas partes, hay que respetar todas las creencias (salvo las cristianas, se entiende), así que a ponerse el chador de turno para entrevistar al ayatolá, a hacer como si nada si el presidente iraní se niega a dar la mano a la reina de España, a protestar por la oposición a nuevas mezquitas aquí mientras se soslaya que allí queman iglesias, y naturalmente a no servir vino en el banquete oficial cuando nos visita un dignatario musulmán. Y todos tan felices.

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