THE OBJECTIVE
Ramon Gonzalez Ferriz

Espacio

No hemos encontrado motivos para emprender la conquista de un lugar vasto que no sabemos si puede darnos los beneficios -para nuestros estándares actuales, inmorales- que dio la colonización a las metrópolis

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No hemos encontrado motivos para emprender la conquista de un lugar vasto que no sabemos si puede darnos los beneficios -para nuestros estándares actuales, inmorales- que dio la colonización a las metrópolis

Volar al espacio ha sido uno de los grandes sueños de la humanidad: mucho antes de que se pudiera siquiera volar a poca altura de una manera continuada, ya se fantaseaba con ello, como en la “Divina Comedia” de Dante o el “Sueño” de Kepler. En 1865, Verne publicó “De la tierra a la luna” y, en 1929, Fritz Lang estrenó la película “Mujer en la luna”. Las especulaciones crecieron a medida que la tecnología mejoraba y se establecía, durante la Guerra Fría, la competición entre la URSS y Estados Unidos. El ser humano -estadounidense- pisó la luna por primera vez en julio de 1969. Después, lo hizo cinco veces más, entre noviembre de 1969 y diciembre de 1972. Desde entonces, aunque ha habido misiones sin tripulación, ningún humano ha puesto los pies allí. Hemos seguido pensando en ello, pero hemos dejado de hacerlo. Entre otras razones, porque es extremadamente caro. Y, más allá del aspecto simbólico -nuestro poder para conocer y dominar la naturaleza-, no está claro que sirva para demasiado.

Cuando éramos niños, el cine y la literatura nos prometieron que, cuando fuéramos adultos,  habríamos colonizado planetas. Uno de nuestros problemas principales sería la posibilidad de que los robots se rebelaran contra nosotros y viviríamos aventuras y veríamos cosas que ningún humano anterior podría haber imaginado. La verdad ha resultado ser mucho más decepcionante: seguimos fascinados por el espacio exterior y los científicos están descubriendo cosas extraordinarias sobre él, pero no hemos encontrado motivos para emprender la conquista de un lugar vasto que no sabemos si puede darnos los beneficios -para nuestros estándares actuales, inmorales- que dio la colonización a las metrópolis. Esperábamos vivir en Marte, pero a lo máximo a lo que hemos llegado es a tener Facebook.

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