THE OBJECTIVE
José García Domínguez

¿España debe subir los impuestos o debe bajarlos?

«En España impera la tendencia transversal a suponer que los impuestos esconden la piedra filosofal llamada a resolver la totalidad de nuestros grandes desajustes productivos»

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¿España debe subir los impuestos o debe bajarlos?

Emilio Naranjo | EFE

Según la izquierda, es sabido, se deben subir los impuestos; según la derecha, también es sabido, bajarlos. Desde la honestidad intelectual, sin embargo, no resulta tan sencillo ofrecer una respuesta rotunda, unívoca, sin matices. En los contextos normales, cuando los ingresos y los gastos del Estado no se ven en extremo distorsionados por los efectos de una crisis como las dos casi consecutivas que acabamos de sufrir, la presión fiscal en España se sitúa por norma en el entorno del 39% del PIB. Bien, ¿pero eso es mucho o es poco? Bueno, depende de cómo se mire.

Para Alemania, por ejemplo, sería poco. Allí, y también por norma, la presión fiscal se instala, como mínimo, por encima del 44%. Y en Dinamarca, el modelo ideal que defendían de boquilla los economistas de Ciudadanos, sería poquísimo, casi una miseria frente al rutinario listón del 56% que para ellos constituye el límite más bajo del rango habitual. No obstante, lo singular de la eterna querella en torno al nivel impositivo óptimo que aquí mantienen desde siempre izquierda y derecha, más o menos socialdemócratas y más o menos liberales, no radica en los diferentes grados de presión que propugnan unos y otros, sino en su compartida creencia mítica, casi religiosa, en la fantasía de que los grandes problemas crónicos y estructurales de España podrían encontrar, y todos ellos, un cauce de solución final apelando a la tributación.

En cualquier otro rincón de Europa la cuestión de los impuestos remite a un acotado debate colectivo en torno a la justicia distributiva; en España, en cambio, impera la tendencia transversal a suponer que los impuestos esconden la piedra filosofal llamada a resolver la totalidad de nuestros grandes desajustes productivos nacionales. Huelga decir que para los ideólogos económicos de la derecha hispana, bajando los impuestos se arreglaría todo, absolutamente todo. Tan sencillo como eso. Se bajan los impuestos al máximo y ya está, asunto resuelto. La solución mágica de la derecha es, como se ve, sencillísima, pero no más sencilla que la también fantástica ofrecida por sus iguales de la izquierda. Porque nuestra izquierda doméstica alberga desde siempre la muy íntima convicción de que las acusadas desigualdades de renta que presenta España en relación a los países del norte de Europa se resolverían si el Estado, vía un incremento de la presión fiscal, forzase una redistribución mucho más equitativa entre los de arriba y los de abajo. Así las cosas, ¿podemos decir que quien tiene la razón es la derecha? No, claramente. ¿La tiene entonces la izquierda? Tampoco. Y procede afirmar con esa rotundidad que ambas yerran gracias a una evidencia empírica que las refuta a las dos.

Ocurre que en Europa hay países a los que les va muy bien contando con una presión muy alta sobre las rentas de sus particulares y empresas. Dinamarca, de la que ya se ha hablado ahí arriba, podría ser el ejemplo. Los daneses pagan impuestos altísimos, algo que no impide, por cierto, que sigan siendo riquísimos. Los impuestos altos, contra lo que sostiene el manido mantra liberal, no suponen lastre alguno a la creación de riqueza. Pero es que en Europa también hay países a los que les va colectivamente muy bien disponiendo, por el contrario, de regímenes tributarios relativamente laxos. Suiza acaso encarne el paradigma de ese modelo alternativo de éxito, el que ofrece la incontestable evidencia material de que resulta factible un sistema caracterizado por los impuestos bajos, igualmente compatible con un alto nivel de bienestar general, amén de la cobertura universal de las necesidades básicas de la población. A Dinamarca le va muy bien, sí, con impuestos altos. De acuerdo, pero es que a Suiza también le va muy bien con impuestos bajos. Cualquiera, cualquiera salvo un socialdemócrata español o un liberal español, extraería de esos dos ejemplos que la causa última de que daneses y suizos vivan tan bien no tiene tanto que ver con los impuestos como con otros aspectos de sus respectivas economías nacionales, rasgos todos ellos ajenos a la tributación. Más que nada porque se antoja un poco absurdo atribuir la gran riqueza de Dinamarca a sus altos impuestos y la de Suiza, justo a la razón contraria. Pero, absurdo o no, aquí siguen sin entenderlo.

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