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Ignacio Peyró

España, “un país más”

Ya antes de 1850, Ford se lamenta de que en España apenas se vean monjes ni mantillas.

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España, “un país más”

Ya antes de 1850, Ford se lamenta de que en España apenas se vean monjes ni mantillas.

Los franceses hablaron de “la España indolente”, los británicos se saben de memoria las palabras “mañana, mañana” y hasta un observador tan transparente como Brenan no se resiste a mencionar los burdeles presididos por una imagen de la Virgen. Cada país ha generado sus lugares comunes, su leyenda rosa y su leyenda negra, y si la mirada extranjera leyó a Cervantes y prestigió a Goya, también iba a resumir la vida a la española como “una vida dedicada al ocio y entregada a la conversación, la siesta, el paseo, la música y la danza”.

Llegada en fecha tardía a los cultos itinerarios europeos, España iba a ser el país del “color local”, con un arraigo tópico tan hondo que –antes de 1850-, ya Ford se lamenta de que en el país apenas se vean ya ni monjes ni mantillas. El cliché turístico alcanza hasta nuestros días, de “las corridas de toros, gitanos y canciones en la calle” que observó Orwell hasta la “altiva independencia” de un español medio que siempre será entre romántico y fatal.

No hay duda de que estas seducciones siguen atrayendo a turistas incontables cada año. Pero entre la “excepcionalidad hispánica”, el “España como problema” y el Spain is different, hay concomitancias que van más allá de la mirada ajena y nos hablan de que nadie se ha mostrado más crédulo hacia los tópicos que los propios españoles. Para el sociólogo Pérez-Díaz, ninguna otra sociedad se ha tomado con igual carga dramática lo que de ella se dice desde fuera. Y para el ensayista Burns-Marañón, la capacidad abrasiva de tanta leyenda ha tenido “nefastas consecuencias para la autoestima de muchos españoles y, en definitiva, para la imagen de España”.

Con un punto de melancolía, podemos pensar en la majestuosa indiferencia con que –de Pérfida Albión a “nación de tenderos”- los británicos han asistido a los denuestos foráneos. No debiera ser una meta inalcanzable: al fin y al cabo, por los caminos de los bandoleros hoy acelera el AVE, y esas mismas ventas que fueron un trasunto del infierno a ojos de tantos viajeros se han reconvertido en relais&châteaux. Mientras se purga tanto complejo, es posible que, hoy como ayer, nada cause “mayor dolor a los españoles que ver volumen tras volumen escrito por extranjeros (…) sobre su país”. Por eso tienen un punto de consolación obras que, como las de Raymond Carr, abordan a España no como una “víctima del sur”, sino como “un país más”. Quizá no nos venga mal ser también crédulos con esto. 

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