THE OBJECTIVE
Aloma Rodríguez

Evasión

«La irresponsabilidad de nuestros políticos está alcanzando límites desconocidos. De eso también huyo. Y de la parálisis que acarrea.»

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Evasión

He huido del calor con mis tres hijos a la casa de mis padres, en las afueras de las afueras de Zaragoza. La casa tiene piscina y huerto, árboles frutales y dos perras. Hay también una gata que no se deja apenas ver, excepto por la noche, cuando aparece en la habitación de mis padres. No creo haber huido solo del calor. He huido, sin pretenderlo, del bronco debate de investidura que no se sabe bien adónde va. Es muy complicado desencallar nada: para eso harían falta varios milagros y muchos relacionados con la soberbia de los líderes políticos. He huido de la posibilidad de una repetición electoral en noviembre –serían las cuartas generales en menos de cuatro años, por cierto–. He huido de la sobreactuación de todos, y de la caricatura sin gracia en que se han convertido todos. La irresponsabilidad de nuestros políticos está alcanzando límites desconocidos. De eso también huyo. Y de la parálisis que acarrea.

Cuando los tres niños me reclaman a la vez, tengo una técnica bastante primaria y nada sofisticada para la evasión: me meto en la piscina y dejo que el agua fría me cubra entera, por encima de la cabeza. Son unos segundos solo, sirven para despejarme un poco y es casi como hacer un reset. Sé que tiene algo de táctica del avestruz. Sé que no es muy maduro. Sé que cuando salga del agua, el debate seguirá ahí, los insultos, las negociaciones con unos mientras se piden abstenciones a todos los demás, los vetos eternos, el encono histriónico de unos… (También mis tres hijos y sus problemas que requieren de mi intervención inmediata.) Por lo que veo de refilón, el único que sale reforzado es Pablo Casado, que ha pasado estos meses encerrado en un silencio que solo le beneficia.

Sé que es un poco como cuando tienes mucho miedo y decides quedarte quieto, a esperar a que el miedo pase de largo. Me acuerdo de una canción de El Palacio de Linares que he escuchado prácticamente a diario desde que empezó el verano. Se llama Recto y quieto y es una especie de mantra contra el insomnio: “Así que me tapo entero y cierro fuerte los ojos. / Me quedo recto y quieto y pienso en asuntos triviales: / chicas que me gustan o goles de factura impecable”. Un amigo se aprende complicados poemas, fragmentos de sus novelas favoritas, no como un acto de resistencia y subversión como en Farenheit 451, de Ray Bradbury, sino como un acto de resistencia al paso del tiempo. Y como un entretenimiento antes de dormir. A mí casi nada me quita el sueño, ni siquiera dormir. Pero a veces necesito huir, evadirme, zambullirme en el agua y no pensar en nada más: solo en el agua fría que me envuelve. Y luego, si nada lo remedia, volver a la realidad.

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