THE OBJECTIVE
Lea Vélez

Felices deberes

Es mucho mejor practicar diez minutos de ejercicio al día, que pasar tres horas en el gimnasio y no volver en todo un mes. ¿Pero qué pasa cuando el deporte se reduce a hacer unos saltitos un tanto gansos y cinco abdominales con la espalda torcida en el saloncito de casa?

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Felices deberes

Es mucho mejor practicar diez minutos de ejercicio al día, que pasar tres horas en el gimnasio y no volver en todo un mes. ¿Pero qué pasa cuando el deporte se reduce a hacer unos saltitos un tanto gansos y cinco abdominales con la espalda torcida en el saloncito de casa?

No me responda, lector. Hablemos de hacer deberes y de aprender a estudiar. El niño llega agotado del colegio, se sienta a la mesa, abre el cuaderno y los padres, horrorizados, leemos: rellena la letra que falta en las siguiente frase: “Al o_ispo le picó la a_ispa”. ¿Es esto un saltito más bien ganso o un verdadero deporte mental?

Copiar frases, copiar palabras, copiar sin pensar no sirve de nada, me decía cuando mis hijos llegaban con estos deberes a casa. Se los perdoné. Me negué a que hicieran el ganso, pero pronto entendí que los deberes son un síntoma del sistema, no la enfermedad. Al no practicar, mis hijos no cogían el hábito, no se engarzaban con la rutina escolar. ¿Pero, si los deberes solo son un síntoma, podemos resignarnos a que “esto es lo que hay”? Por supuesto que no, pero yo no creo en quitar deberes, creo en cambiar el sistema. Como sola no pude cambiarlo, hago lo posible por neutralizarlo desde casa. Los deberes son la excusa para sentarnos juntos y charlar alrededor de la mesa sobre mil y un temas. Son mi pie forzado para enseñarles a pensar, compartiendo sonrisas y amistosa charla. Son tardes felices de preguntas e investigación.

No creo en los deberes que nos caen a padres e hijos como una losa de odio. Sí creo en resumir ideas sin usar frases ajenas, en fabricar teorías e investigar, en coger frases rutinarias y convertirlas en historias fabulosas, en razonar y dudar, reír e inventar y disfrutar en familia. Creo en descubrir el mundo a nuestra manera, sin que nos lo descubran siempre a la suya o en averiguar cómo funciona el volcán para aprender la ortografía de “volcán”. Creo en enseñar a estudiar, pero sobre todo, creo en enseñar a querer. A querer, incluso, hacer deberes, para crecer en la idea de que hay que disfrutar de lo que parece superfluo y cambiar el sistema empezando por el propio interior.

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