THE OBJECTIVE
Andrea Mármol

Feliz año, feliz tregua

Fue el modo que eligió Gabriel Ferrater para bautizar a los “meses con erre” el motivo por el que reparé en que van todos seguidos. De septiembre a abril. Esos meses más grises que el resto, los bienaventurados que prescinden de esa letra que es fonema tortuoso para muchos infantes y unos pocos adultos, que es anuncio de sílabas que requieren más fuerza y más endereza y más firmeza al nacer, que a veces al pronunciarse corta con más energía el viento y a veces es menos sangrienta. Erre en rabia y erre en caricia.

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Feliz año, feliz tregua

Fue el modo que eligió Gabriel Ferrater para bautizar a los “meses con erre” el motivo por el que reparé en que van todos seguidos. De septiembre a abril. Esos meses más grises que el resto, los bienaventurados que prescinden de esa letra que es fonema tortuoso para muchos infantes y unos pocos adultos, que es anuncio de sílabas que requieren más fuerza y más endereza y más firmeza al nacer, que a veces al pronunciarse corta con más energía el viento y a veces es menos sangrienta. Erre en rabia y erre en caricia.

Al hallazgo del poeta, llegué, no sin cierta decepción por no haber sido capaz de descubrirlo antes sin ayuda de terceros. Al cabo, no son pocas las ocasiones durante la niñez en las que uno da vueltas al arbitrario -como tantos otros- asunto de los meses: el benjamín mutante de febrero, el sinsentido de julio y agosto empatando a días sin respetar la norma hasta entonces conocida, en fin. Recuerdo mucho aquellos ratos, eran los mismos en los que se descubría con ilusión que nuestra prima Ana era un palíndromo aunque no supiéramos de la existencia de los mismos y precisamente por ello nos parecía toda una hazaña.

Pero Ferrater escribió “vindran mesos amb erra” porque vaticinaba que se acercaba una época del año con entidad propia a la que no define ni el frío ni las largas noches ni el follaje de los árboles. Lo cierto es que el año nos resulta una unidad de medida útil. Para las expectativas, y sobre todo, para el recuerdo. Los despedimos y les damos la bienvenida en un mismo instante y nos sirven como estanterías de almacenamiento personal. Bajo la óptica de la erre –errante, inevitable adjetivación-, sin embargo, las fiestas navideñas no son sino el ecuador de los meses más lúgubres. Porque vemos morir un año a nuestras espaldas pero la Navidad se parece más a una tregua que al fin de la batalla que es y sólo puede ser el verano. Por muchas cosas.

El camino, dijo Cervantes, es siempre mejor que la posada. Y porque esto es así adquiere la Navidad ese espacio de tregua que nos sirve para detenernos a coger aire en medio del temporal y enfrentar lo que está por venir. A veces medimos los pasos dados y nos prometernos mirar más el paisaje, unos se juran aminorar el ritmo y otros se convencen de llegar los primeros. Pero ninguno podemos dejar de meditar sobre el pasado más reciente en estas fechas.

Los últimos cuatro meses con erre de 2017 han sido los cuatro meses en los que menos ganas he tenido de reír, en especial durante este negro octubre para tantos, como sabe el lector. Pero mentiría si dijera que no he sido feliz en una intensidad similar a la del dolor y la rabia en otras ocasiones. Con la lección de que a esta aparente incompatibilidad se parecerán mucho los años que se sucedan para dibujar lo que será una vida, le deseo al lector una feliz tregua. Un feliz empiece de año.

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