THE OBJECTIVE
Javier Quero

Feo, feo, feo

Lectores, Elwood ha muerto. Para los ignaros que desconozcan a quién me refiero, Elwood era el perro más feo del mundo.

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Feo, feo, feo

Lectores, Elwood ha muerto. Para los ignaros que desconozcan a quién me refiero, Elwood era el perro más feo del mundo.

Lectores, Elwood ha muerto. Para los ignaros que desconozcan a quién me refiero, Elwood era el perro más feo del mundo. Su espantosa faz se hizo muy popular en la corrala digital, pues su mera contemplación provocaba a partes iguales horror y descojone. No es que el bicho fuera feo. En realidad, era muy feo.

Su rostro recordaba fielmente el aspecto de un berberecho pisado. Su apariencia era amorfa, asimétrica, incomprensible, como el federalismo social del PSOE. Ojos saltones, el morro como si se lo hubieran pillado con una puerta y medio palmo de lengua colgando a un lado de la boca. Un espanto, vamos. Aún así, para su dueña, Elwood era el perro más bello del mundo. Definitivamente, la pasión nubla la vista y deforma la percepción de la realidad.

El asunto entronca con el célebre antagonismo entre bella y bestia, tan recurrente en la literatura y el cine con títulos como El jorobado de Notre Damme, King Kong, Eduardo Manostijeras o, más reciente,ese ogro coñón llamado Shrek.

Los cursis que se empeñan en resaltar lo bella que puede llegar a ser la fealdad exhiben al difunto Elwood como un símbolo. Aseguran que la criatura corrupia representa a todos los hombres y mujeres que son marginados por ser diferentes. Y un cuerno. El chucho horripilante sólo puede representar a los chuchos horripilantes.

Se empieza diciendo que lo feo es bonito y se acaba afirmando que lo malo es bueno. Incluso, se puede terminar intentando convencer al personal de que una región es una nación, que la elección de jueces por parte de los partidos es democracia, que los sindicalistas trincones son víctimas del facherío y hasta que abrir las celdas de asesinos y violadores es justo. No. Lo feo es feo.

 

 

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