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Ignacio Peyró

Figuras de la Pasión

A Gabriel Miró nunca se le ha hecho mucho caso, quizá por haber sido un escritor discreto y elegante y un hombre de carácter bondadoso

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Figuras de la Pasión

A Gabriel Miró nunca se le ha hecho mucho caso, quizá por haber sido un escritor discreto y elegante y un hombre de carácter bondadoso

El alicantino Gabriel Miró fue un escritor discreto y elegante y un hombre de carácter bondadoso. Valgan estos rasgos para explicar por qué nunca se le ha hecho mucho caso. Miró, además, vivió apartado, en la negra provincia, en un puesto administrativo letárgico, del todo idóneo para su literatura y de lo menos recomendable para su repercusión. Entre sus contemporáneos tuvo pocos amigos y –ante todo- tuvo pocos enemigos. Con dos lirios por ojeras, pasa por entre las memorias de algunos escritores como una sombra melancólica, allá entre un Mongó “clásico y redondo” y la testa noble del peñón de Ifach.

Hoy, al releer sus Figuras de la Pasión del Señor, sorprende que unos lo tuvieran por anticlerical y otros por escritor católico y conservador. Su prosa tenía tanto joyel que ha atravesado sin corrosión el tiempo. Entre procesiones y pasos, las Figuras nos llevan de la piedad a la contemplación, ahora que la crisis obligó a quedarse en casa a tantos que optaban por huir estos días de la Semana Santa a Cancún o tomar el primer avión a Playa Bávaro. Miró, en cambio, nos habla de una Jerusalén, “enramada en palmera y sauce”, del suplicio de la flagelación como “una queja íntima, aspirada y rota contra el paladar”. Si de viajar se trata, mejor ir con Miró de cirineo a la primera Semana Santa de la Historia, del velo rasgado al sepulcro vacío y el temblor de la Resurrección.

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