THE OBJECTIVE
Jaime G. Mora

Del desierto de Gaziel a la fecunda soledad de Pla

Gaziel y Pla congeniaron como dos solitarios que repudiaban la dictadura, y a quienes las muertes del historiador Jaume Vicens Vives, en 1960, y del editor que compartían, Josep Maria Cruzet, en 1962, los terminó de desmoralizar.

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Del desierto de Gaziel a la fecunda soledad de Pla
El corresponsal de guerra ideal era, a juicio de Josep Pla, el corresponsal “poco guerrero”: Gaziel, “un ampurdanés afrancesado, finísimo, ponderado, de una socarronería académica” que escribió crónicas magníficas durante la Primera Guerra Mundial. Eso decía el autor catalán en El cuaderno gris, en una nota fechada en diciembre de 1918, aunque el libro lo escribiera muchos años después. Esa trampa de Pla, escribir en su senectud un dietario de juventud, impide saber lo que pensaba realmente de Gaziel en aquella época. En público lo atacó sin pudor desde las páginas de La Publicitat: “Gaziel se ha pasado la vida hablando del provincianismo de Cataluña y de los defectos del país, y ha olvidado siempre que es el primer provinciano de la Rambla. […] Es un periodista aburrido, un intelectual nulo”.
Eran los años veinte y el Pla cosmopolita de entonces tenía muchas más aspiraciones que calarse una boina y retirarse en una masía. Gaziel, diez años más joven, triunfaba en La Vanguardia, primero con su Diario de un estudiante en el París de la preguerra, después como corresponsal en la Gran Guerra y, ya desde la dirección del periódico catalán, como el gran intelectual de la burguesía catalana de los años treinta. Nunca respondió en público a los ataques de Pla ni escondió su admiración por el autor ampurdanés.
Se conocieron en Génova en 1922, aunque debieron pasar veinte años, y algunos ataques más de Pla, para que se convirtieran en grandes amigos. Así lo refleja la correspondencia que ambos mantuvieron entre 1941 y 1964, editadas por Manuel Llamas para Destino en Estimat amic. Estas 58 cartas –solo siete son de Pla porque el de Sant Feliu de Guíxols no conservó las que le envió su colega– muestran a un Gaziel que adora a Pla, “el escritor vivo más glorioso y leído de Cataluña”.
“Mi querido amigo”, escribe Gaziel en la primera misiva. Madrid, 27 de septiembre de 1941: “El periódico ABC necesita un corresponsal en Lisboa. Zunzunegui, que como Vd. sabe es amigo de la casa, propuso el nombre de Vd., a mi juicio con gran acierto. Y, en principio, la proposición fue muy bien acogida. […] En caso de estar Vd. dispuesto a aceptar el cargo, seguiremos las negociaciones”. La respuesta de Pla, cuyo retrato no cuelga de la antesala de la biblioteca del diario madrileño, se perdió.
Los dos autores empezaron a coincidir por la Costa Brava, su tierra natal, después de la Guerra Civil. Los primeros encuentros, casuales, dieron paso a una amistad cordial que se forjó en largas sobremesas. En algunas cartas Gaziel trata de citarse con Pla apelando a un buen champán francés o al buen hacer del cocinero de turno. A falta de las respuestas de Pla, la insistencia de Gaziel hace pensar que el estómago era una debilidad del catalán.
La Guerra Civil truncó la carrera de Gaziel, que tras su exilio en París regresó a Madrid para otro exilio, uno interior, mientras salía adelante como editor de Plus Ultra. Gaziel incluyó un relato de su amigo en una antología de cuentos y contó con el de Palafrugell para el jurado del Premio Sant Jordi de 1960. Pla también huyó de España con el estallido de 1936, y también regresó para exiliarse en su masía. Aunque se consolidó como el autor catalán más leído y siguió viajando por el mundo para sus reportajes en Destino, se mantuvo al margen de la resistencia cultural.
“Por encima de nuestras diferencias de temperamento y vitales, que no son cosas secundarias, pienso que tenemos afinidades básicas”, escribe Gaziel en 1953. “Somos auténticamente catalanes. Somos, además, racionalistas, realistas, liberales, tolerantes, comprensivos. […] Siempre hemos sido sinceros e independientes –todo lo que humanamente hemos podido– de cara a nuestro público. […] Y ahora, después del gran desastre colectivo –catalán y español–, cuando tanta gente ha cambiado de camisa, nosotros seguimos donde estábamos, a pesar de la desdicha, a pesar de la persecución: pobrecitos y alegres, como decía Emili Vilanova. Usted en su fecunda soledad del Mas Pla, yo en este silencio y este desierto de Madrid”.
Gaziel y Pla congeniaron como dos solitarios que repudiaban la dictadura, y a quienes las muertes del historiador Jaume Vicens Vives, en 1960, y del editor que compartían, Josep Maria Cruzet, en 1962, los terminó de desmoralizar. “Me encuentro en un estado de misantropía absoluta”, escribió Pla. Gaziel falleció en 1964, tres semanas después de su última carta: “Estoy enfermo, más de lo que sería necesario”. Fue una muerte “sorprendente e inesperada”, como dijo Pla en una necrológica para El Correo Catalán: “Escribió de una manera fluida, clara, un poco lenta (a la francesa), permanentemente inteligible, lo que se dice admirablemente”.
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