THE OBJECTIVE
Miguel Ángel Rodríguez

Gente mala

Un personaje sale por las televisiones y estafa la friolera de un millón de euros por contar un drama de su hija que después se descubre inexistente. Eso hace un daño irreparable a miles de personas que sí necesitan de la solidaridad y a decenas de fundaciones que trabajan honradamente, porque el ladrón ha sembrado la duda entre las gentes de buena fe y ya no se fían de donar.

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Gente mala

Un personaje sale por las televisiones y estafa la friolera de un millón de euros por contar un drama de su hija que después se descubre inexistente. Eso hace un daño irreparable a miles de personas que sí necesitan de la solidaridad y a decenas de fundaciones que trabajan honradamente, porque el ladrón ha sembrado la duda entre las gentes de buena fe y ya no se fían de donar.

Un político abochorna a la sociedad porque roba millones de euros y hace un daño irreparable a miles de políticos que son honrados pero que ahora caminan por las calles bajo la sospecha de ser iguales que el ladrón.

Un juez exime a una culpable porque es del partido político que simpatiza y hace un daño irreparable a decenas de jueces que trabajan honradamente y se guían por  la profesionalidad y el buen hacer, pero la gente ya no se fía.

Un periodista abandona su imparcialidad para vomitar nuevas ideologías arrancadas del pasado y hace un daño irreparable a los periodistas que buscan ser honrados y sensatos en una profesión que consiste en ir, ver y contar lo que se ha visto, no en manosear y cambiarlo por lo que se quería ver.

En este mundo global, el mal hacer de una sola persona compromete a los grupos porque todo se simplifica: si un juez actúa mal, todos actúan mal; y así ocurre con políticos, con conductores de autobús y con inspectores fiscales.

La gente mala corrompe el buen nombre de todos en una sociedad que ha perdido las armas para defenderse de ellos y que gusta de globalizar los errores.

Porque, por supuesto, si alguien está en lo correcto, si hace algo bien, no se destaca: se arrincona y nadie corre a felicitarle.

Esto conlleva un grave error: el permanente pesimismo sobre nosotros mismos.

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