THE OBJECTIVE
Lea Vélez

Gobernar

Gobernar sin amor, con desprecio, con cuenta abierta de venganzas. Gobernar como el adolescente frustrado que se resarce, al fin, de aquella chica tan lista que no le quiso besar. Gobernar contra el profesor mortal que le aburrió con saña. Gobernar desde la infelicidad y el miedo, tachando nombres, por el miedo, pasando lista, para dar miedo, añadiendo nombres, criando miedo. Gobernar para ser noticia. Gobernar para aplastar la pobreza del propio corazón destruyendo la última brizna de misericordia en el proceso. Gobernar lanzando veneno y gritando: «¡tenéis cáncer! ¡Tomad mi quimioterapia!». Gobernar convirtiendo la mesa de despacho en parapeto contra la bondad, arma contra la esperanza o un simple trozo de madera. Despreciar símbolos y quemar metáforas. Gobernar a contrapelo, a contra algo, a contra todo, en defensa propia, sin humor, sin amigos, enarbolando banderas de lugares míticos, cimientos reales de injusticia. ¿Qué pueblo es ese que solo odia y agrede y quiere quemar el pasado? Gobernar contra el color de la piel, la forma de una nariz, evocando con cada firma la frase «os vais a enterar». Gobernar dividiendo el mundo en nosotros y los otros, moros y cristianos, yo y los demás. Inventar enemigos para gobernar o gobernar sin mirar, entender, respetar a madres e hijas, abuelas y hermanas. Gobernar porque me lo he ganado. Gobernar como un niño gobierna a las hormigas del jardín, metiendo palitos en el nido y removiendo, echándole agua hirviendo, a ver qué pasa. Gobernar para sentirse amado. Ver las hormigas correr, trepando por las piernas. Sentirse odiado. Echarle la culpa a las hormigas de que te muerdan las piernas. Gobernar sembrando dolor y sentarse a esperar a ver cómo crecen maravillas. Odiar. Ver maravillas donde dejaste un desierto. Qué poco amor se reparte cuando no se ha tenido. Gobernar para darte cuenta de que sigues vivo porque el cuerpo no siente ya nada después de tantos años bajo sábanas de seda. Gobernar pensando que llegaste a lo más alto sin haberte movido del sitio en cien años. Gobernar por un solo motivo: gobernar para no ser gobernado.

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Gobernar sin amor, con desprecio, con cuenta abierta de venganzas. Gobernar como el adolescente frustrado que se resarce, al fin, de aquella chica tan lista que no le quiso besar. Gobernar contra el profesor mortal que le aburrió con saña. Gobernar desde la infelicidad y el miedo, tachando nombres, por el miedo, pasando lista, para dar miedo, añadiendo nombres, criando miedo. Gobernar para ser noticia. Gobernar para aplastar la pobreza del propio corazón destruyendo la última brizna de misericordia en el proceso. Gobernar lanzando veneno y gritando: «¡tenéis cáncer! ¡Tomad mi quimioterapia!». Gobernar convirtiendo la mesa de despacho en parapeto contra la bondad, arma contra la esperanza o un simple trozo de madera. Despreciar símbolos y quemar metáforas. Gobernar a contrapelo, a contra algo, a contra todo, en defensa propia, sin humor, sin amigos, enarbolando banderas de lugares míticos, cimientos reales de injusticia. ¿Qué pueblo es ese que solo odia y agrede y quiere quemar el pasado? Gobernar contra el color de la piel, la forma de una nariz, evocando con cada firma la frase «os vais a enterar». Gobernar dividiendo el mundo en nosotros y los otros, moros y cristianos, yo y los demás. Inventar enemigos para gobernar o gobernar sin mirar, entender, respetar a madres e hijas, abuelas y hermanas. Gobernar porque me lo he ganado. Gobernar como un niño gobierna a las hormigas del jardín, metiendo palitos en el nido y removiendo, echándole agua hirviendo, a ver qué pasa. Gobernar para sentirse amado. Ver las hormigas correr, trepando por las piernas. Sentirse odiado. Echarle la culpa a las hormigas de que te muerdan las piernas. Gobernar sembrando dolor y sentarse a esperar a ver cómo crecen maravillas. Odiar. Ver maravillas donde dejaste un desierto. Qué poco amor se reparte cuando no se ha tenido. Gobernar para darte cuenta de que sigues vivo porque el cuerpo no siente ya nada después de tantos años bajo sábanas de seda. Gobernar pensando que llegaste a lo más alto sin haberte movido del sitio en cien años. Gobernar por un solo motivo: gobernar para no ser gobernado.

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