THE OBJECTIVE
Carlos Mayoral

Ha muerto otra librería

Esta semana se ha conocido el cierre de dos librerías de reconocido prestigio: por un lado, la aragonesa «Los portadores de sueños», que no pudo aguantar el tirón de las nuevas tecnologías; por otro, la librería «Nicolás Moya», la más antigua de Madrid, que tampoco pudo resistir más y colgó el horrendo «Liquidación por cese de actividad». 

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Ha muerto otra librería

Antes de que aparezca el clásico listo de la generación Byte (que no Beat) a decirme que Amazon y blablablá están muy bien, que ahora tenemos más acceso que antes a un libro cualquiera, le ahorraré el trabajo: ya lo sé. Este artículo no tiene nada que ver con Amazon, ni con los libros electrónicos, ni con los grandes establecimientos libreros. De hecho, también le dejo claro a ese mismo listillo, que probablemente continúa husmeando este párrafo por si encuentra algo de carne que llevarse al hocico, lo que creo al respecto: Amazon, el libro electrónico y los grandes establecimientos realizan una maravillosa contribución al mundo literario.

Dicho esto, lo que no me impedirá ningún amante del futurismo editorial, siga por aquí o no, es decir lo que sí había venido a decir: estamos perdiendo cultura libresca. Y no hablo de leer o no, por mucho que esta semana se hayan conocido los datos de hábito lector recabados por el gremio de los libreros y hayamos repetido ese escalofriante 40% de gente que no lee un solo libro al año. No, hablo de cultura libresca. ¿Que qué es eso? Lo resumiré aprovechando además que esta semana se ha conocido el cierre de dos librerías de reconocido prestigio: por un lado, la aragonesa «Los portadores de sueños», que no pudo aguantar el tirón de las nuevas tecnologías; por otro, la librería «Nicolás Moya», la más antigua de Madrid, que tampoco pudo resistir más y colgó el horrendo «Liquidación por cese de actividad».

Vuelvo a la pregunta: ¿Qué es esa cultura libresca a la que me refería renglones atrás? Muy fácil, consiste en llevarse la lectura más allá de la soledad del cuarto y del provecho del intelecto propio. Consiste en compartir dicha lectura, orientarla, sacarle jugo. Cuando uno entra en una librería (véanse otros ambientes de similar pelaje, como cafés tertulia o bibliotecas) lo que va buscando se coloca en otro plano al que ocupa un simple libro. Si se acude a ella perdido, el librero te ayuda a encontrarte. Si se acude curioso, el librero te ayuda a satisfacer dicha curiosidad. Si se acude decidido, el librero te acompaña. Y así. Además, cualquier librería que se precie carga con un contenido que se mueve a medio camino entre el evento social y el evento literario: charlas, talleres, clubes de lectura, presentaciones… Todo esto se pierde frente a esa red cibernética que engulle todo lo que intuye cercano. Cuando Félix y Eva, de «Los portadores de sueños», argumentaban que el hecho de no crear suficiente programación cultural de calidad era uno de los motivos de su cierre, yo pensaba para mí en lo injusto de tal sentencia, en lo mucho que habrán intentado, y en lo poco que habrán recibido por ello. Y pensaba en aquel verso de Machado que adapto sin demasiada gracia al tema: y al cabo, nada nos debéis; os debemos cuanto nos habéis ofrecido. Así que a vosotros y al resto de libreros sólo nos queda por deciros: gracias, gracias, gracias.

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